“La
guerra en Colombia dejó de ser el mecanismo adecuado para acceder al poder”: Felipe
Torres
Entrevista
a Carlos Velandia
Por
Mauricio Hernández Pérez[1]
En Septiembre de 2012 el
Gobierno Colombiano, en cabeza del
Presidente de la República Juan Manuel Santos, anunció el inicio de conversaciones con las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) con el objetivo de buscar una salida
política y negociada al conflicto armado.
La noticia fue sorpresiva,
toda vez que la posibilidad de un acercamiento
entre el grupo insurgente y la institucionalidad se planteaba como algo más bien lejano. Pese a esto, y en
contra de todo pronóstico, hoy día y sin un cese bilateral del fuego, las
conversaciones se suceden en La Habana
Cuba sobre la base de
la firma, por ambas partes, del
denominado Acuerdo General para la
terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera y en
el que se contemplan algunos “mínimos” sobre
los cuales las conversaciones han
tenido, tienen y esperan continuar manteniendo desarrollo.
Los temas sobre los cuales
este acercamiento ha avanzado es ya bastante conocido por la opinión
pública; a saber: política de
desarrollo agrario
integral, participación política, fin del
conflicto, garantías de seguridad, solución al problema de las drogas ilícitas, víctimas
e implementación, verificación y
refrendación. Sobre el primero de estos puntos ya ha habido
acuerdos; sin embargo, la
totalidad de los mismos
(y de la agenda en su conjunto) sólo se
conocerán hacia el final del
proceso pues, como lo ha señalado el mismo Presidente Santos: “nada está
acordado hasta que todo esté acordado”.
Voces en pro y en
contra del proceso no se han hecho esperar a medida que este
avanza; e in- dependiente de los resultados últimos que se obtengan, lo
cierto es que la oportunidad por la que atraviesa el país para pensarse
sobre algunos de sus temas estructurales es ahora
más oportuna que nunca.
La negociación, sin embargo,
se está dando únicamente con una
de las fuerzas
insurgentes hoy persistentes, y la posibilidad de incorporar
o abrir un escenario de conversaciones futuro con el Ejército de Liberación Nacional (ELN) es
más bien tímido aunque no del todo descartable.
Bajo este contexto, el
Instituto para la Pedagogía, la Paz y el
Conflicto Urbano, IPAZUD, entrevistó a
Carlos Velandia (mejor conocido como
Felipe Torres), Excombatiente del Ejército de Liberación Nacional (ELN)
y quien contó en su momento con cargos de dirección en la agrupación durante la lucha
clandestina. Este hombre dedicado hoy a la investigación por la paz y a la promoción de la misma, presenta en esta entrevista
aspectos de su vida personal así como un balance general sobre las
conversaciones entre el gobierno colombiano
con las FARC, la situación “excepcional” en la que nos encontramos hoy
en día, así como un análisis sobre la
agenda en curso y las limitaciones e implicaciones que tiene un proceso de paz en Colombia
sin contar con la participación del ELN. Si bien la opinión
de este excombatiente no representa la posición oficial de la agrupación
armada, sí da cuenta de algunos elementos interesantes en materia de construcción de paz por parte de una persona quien conoció y estuvo por dentro de la lucha armada, tanto
en sus aspectos logístico-operativos, como
en sus planteamientos ideológicos.
Palabras clave: ELN, FARC,
agenda, paz, posconflicto.
1 [1]
Coordinador
de la línea de Investigación en Memoria
y Conflicto del Instituto para la
Pedagogía, la paz y el Conflicto Urbano de la Universidad Distrital – Ipazud-.
Mauricio Hernández (M.H): Su historia
personal y tránsito por el ELN
fue retratada de manera completa en el libro
de Jaime Jaramillo Panesso: Felipe
Torres. La palabra sin rejas. Al
haber quedado en libertad, después de diez años, y de haber cumplido condena
en la cárcel de Itagüí por
los deli- tos cometidos durante su actividad armada ¿Qué sucedió
con su
vida, qué aconteció después de lo narrado en este
libro?
Carlos
Velandia (C.V): Después de ese libro, sigue
el exilio. Siete años de exilio. Estuve en Europa; principalmente
en España. Llegué inicialmente a la ciudad de Granada, y
allí me vinculé por invitación del Instituto de la paz y los conflictos de la Universidad de Granada. A esta institución
me vinculé como investigador invitado.
Allí tuve la oportunidad de tomar los cursos del Doctorado de paz,
conflictos y democracia y empecé a mirar, desde una perspectiva diferente,
muchos conflictos más en el mundo, pero también el fenómeno que es
bastante reciente en la historia y es la construcción de teorías con relación a la paz y la investigación para la paz. Posteriormente me desplacé a
Barcelona y me vinculé con la Escuela de Cultura de paz de la Universidad Autónoma de Barcelona; una institución que preside y fue fundada por un
académico muy reconocido y muy querido aquí en Colombia: Vicenç Fisas. Allí tuve la oportunidad de introducirme en la investigación de conflictos
de distinta índole, fundamentalmente
me interesaban los conflictos internos.
Constituimos un equipo con otros
cuatro investigadores, tres de
ellos colombianos y nos dedicamos
tiempo completo a examinar día a día el acontecer del conflicto en
Colombia y las distintas posibilidades
de paz.
Todo esto, para mí, alimentó la esperanza de que la
paz en Colombia es posible y hoy lo estamos viendo. Tenemos una
gran oportunidad que no debemos dejar escapar.
(M.H):
¿Por qué decide regresar a Colombia?
(C.V): Se
juntaron varios factores: siete años para
un exilio son demasiado
tiempo; cuan- do yo me
fui para Europa nunca desempaqué la maleta; es decir, yo pensaba que debía regresar, lo que no sabía era cuándo.
Se junta esta situación con la crisis en España, la crisis del capitalismo a
nivel mundial y la manera como estremeció la economía europea, pero de manera particular a España. Esto llevó a que el gobierno tenía que optar por
una política de
recortes; el instituto al que yo
estaba vinculado sufrió un
recorte muy drástico en sus
recursos. Esto me obligó a
que yo tuviera que buscar otras
perspectivas y estas perspectivas estaban aquí en Colombia. Pero al mismo tiempo también coincide con que
en Colombia están cambiando las cosas y está en germen
una gran oportunidad para la paz.
Acabábamos de terminar una era
de un largo
gobierno de ocho años, de un gobierno que optó
por la guerra, donde el discurso de
la paz no era posible, e incluso
era casi que criminalizado; pensar y expresar opiniones en favor de
la paz, era lo menos que se podía pensar por- que alguien
que hablara de paz
dentro de ese contexto era objeto de sospecha. Viene un nuevo
gobierno, y Juan Manual Santos expresa de manera pública en
su discurso de
posesión que quiere hablar
de paz y habla
de una puerta
abierta para la paz
y habla de una
llave; ese lenguaje simbólico
reflejaba una disposición a
abrir un espacio para
el diálogo y la negociación
que se complementa también con las
expresiones públicas que
hicieron el Ejército de Liberación Nacional y la guerrilla de las FARC, que también coincidió con un gobierno en plantear la necesidad de
ese escenario.
(M.H):
¿Valió la pena la lucha armada? ¿Se justifica la lucha armada hoy?
(C.V): Yo
no puedo deshacer la historia, tengo 61
años de vida y he dedicado a la lucha revolucionaria la mayor parte
de mi vida. No reniego de mi
pasado, ni más faltaba. Fueron decisiones que en su momento tomé de una
manera muy consciente. Estimo, a la
luz de los acontecimientos, y en la realidad de hoy,
año 2013, que la
guerra en Colombia
dejó de ser el
mecanismo adecuado, el mecanismo idóneo para intentar
defender el poder o acceder al poder. La lucha armada seguirá teniendo una utilidad
en determina- dos contextos, ya
no en el contexto actual colombiano. Yo creo que la
guerra en Colombia ha cumplido su papel,
ha llegado al límite superior donde ya no es posible que ninguna de las
partes derrote a su contendiente en el propósito, o de seguir
defendiendo el statu quo, o
de derrotar al contrario
para acceder al poder. Esta
fórmula ya no es posible. Esto, creo,
es una de las
razones que lleva a que las partes
se hayan
sentado a la mesa. Pero esta misma
decisión también la han tomado
las insurgencias, que son
conscientes que por cincuenta años han obtenido un determinado nivel y
acumulados, los que a mi juicio deben
preservar y deben buscar potenciarlos en otro tipo de escenarios; en el
escenario de la lucha política, en el espacio de democracia ampliada. Ya no es
posible seguir manteniendo esos acumulados a través de la guerra.
(M.H):
¿Qué diferencias encuentra entre el ELN al cual
usted perteneció y el ELN de hoy día excluido de una
mesa y de un pro- ceso de negociación?
(C.V): El
ELN es un continuo,
no es estático, ha sido una
organización que la he visto crecer.
Uno, porque fui un militante muy activo y en
cierta forma hasta protagónico en la obra colectiva
- no personal - de construir
unos perfiles políticos,
ideológicos y obvia- mente
militares. Recuerdo que en un
tiempo remoto hablábamos de la
guerra popular prolongada; de la toma
del poder. Yo soñaba, y me veía
sentado en un tanque de guerra entrando a la plaza de
Bolívar junto con una fuerza triunfante
de ejército guerrillero y de insurrección social que
nos tomábamos el poder y que
empezábamos a construir una nueva
sociedad: una sociedad socialista. De esas épocas a acá, ha
corrido mucha agua bajo el puente, han pasado muchos años y obviamente, el país se
ha transformado y las luchas también se
van modificando. El ELN, a mediados de los años ochenta, evoluciona en
su pensamiento y pasa de una propuesta de
toma del poder a construcción del
poder desde ya, desde donde seamos más
fuertes. Allí los revolucionarios estamos obligados a propugnar por transformaciones. Empezamos entonces a
funcionar en algunas partes, en
algunas regiones del país donde
no estaba el Estado, ahora el
Estado éramos nosotros. Pero al
mismo tiempo también se hace una progresión muy interesante y es que el ELN desdobla su poder en
el poder del pueblo y plantea que
el pueblo habla, y el pueblo
manda; es decir, ya no es el poder para
el ELN; es el poder del pueblo y para el pueblo. Entonces estos
son factores que muestran cómo se modifica un pensamiento, cómo evoluciona de manera positiva.
Al día de hoy, obviamente el
tema del po- der del pueblo y para el pueblo sigue teniendo plena vigencia
en el ELN en la aspiración por
una sociedad socialista,
pero sigue teniendo
mucha más vigencia en lo inmediato; en el inmediato futuro, en
la construcción de un gobierno de paz y
de equidad que permita
una serie de
transformaciones para el país que
le lleven bienestar y le lleven justicia social a las gentes.
Podríamos decir
entonces que el
concepto de democracia adquiere
mucho más valor. Ya hubo una época donde el ELN valoraba, por ejemplo, la inutilidad de los procesos electorales; la mirada sobre la lucha electoral que
hoy tiene el ELN es distinta, es mucho más
cualificada, mucho más contemporánea.
Entonces estos son aspectos muy progresistas en la formulación de
las ideas, al punto que me
llevan a mí a decir que una de las
razones por las cuales yo dejo la lucha armada para continuar defendiendo el ideario “Eleno” a
través de la lucha política y creo
que es
posible seguir defendiéndola en un espacio de democracia ampliada.
(M.H):
¿Y qué diferencias encuentra entre el
ELN y las FARC? ¿Considera usted que estas diferencias han sido
determinantes para que hoy día se
entable un proceso de diálogo y
negociación con las FARC y no con el ELN?
(C.V): Lo
determinante es sin lugar a dudas, la
correlación de fuerzas. Desafortunadamente aquí en Colombia pesan más
los actos de fuerza, los actos de violencia que las mismas ideas. La
sociedad ha tenido que acudir a los expedientes de fuerza
para poder expresar sus ideas o siquiera para
arrancar algún tipo de demanda, algún tipo de
conquista; esto es desastroso
en una
democracia y mucho más desastroso
en una democracia como la que se
desarrolla en Colombia que
es una democracia formal.
Las FARC es
una organización nacional
que opera en vastos territorios de la
geografía del país; ha
estado presente en la vida
política y en la historia de estos últimos cincuenta años. Sin embargo,
las FARC no han logrado “capturar” la
agenda del país y esto ha generado una
situación, podríamos decir, un
tanto asimétrica; las FARC han
desarrollado una estrategia evidentemente militar - aunque no
necesariamente la política haya
estado ausente - y sus desarrollos
han sido fundamentalmente militares.
Ahora, en el
caso del ELN es un
tanto contrario; sus argumentos políticos y su protagonismo a
través de las ideas, a través de las tesis,
es el mayor de sus
esfuerzos y su empeño militar es
una parte menor
a lo largo de la historia. Esto
al momento de intentar
resolver el conflicto armado establece
unas prioridades. Esa situación es la que vemos reflejada ahora en la mesa de La Habana.
(M.H):
Para la época en que Álvaro Uribe Vélez estuvo
en la Presidencia,
el ELN mostró más avances
con el
gobierno en materia de
conversaciones; incluso se consolidó un formato de acuerdo denominado el “acuerdo base”¿Qué
características tuvo este acuerdo?
(C.V.):
Este acuerdo base es un acumulado que representa un gran trabajo
entre un Esta- do y una organización insurgente. Ojalá no se
perdiera, yo creo que
allí hay cosas que son bastante
útiles; no aconsejo retomarlo en su
totalidad porque han cambiado los
tiempos, pero sí creo que
es posible actualizar este
acuerdo base y ponerlo en el contexto actual.
Yo creo que sigue
teniendo plena vigencia la
convención nacional, que está planteada
también en el acuerdo base. Creo que
también tiene plena vigencia un cese bilateral de fuegos. Es doloroso que
cuando estamos ha- blando de paz se
incrementen las acciones bélicas
y se esté produciendo mucho más do- lor.
Es injustificable, pero así están planteadas las reglas del juego, las
reglas de la guerra: hay que seguir
matando hasta el último día, hasta antes de la firma, esa es una lógica
des- afortunada y perversa, pero esa
es. Entonces yo sí creo que el
acuerdo base es posible re- tomarlo pero para
actualizarlo.
(M.H):
¿Qué insumos de este acuerdo base podrían ser
útiles ante un eventual proceso
de negociación hoy día entre el gobierno
y el ELN? ¿Qué otras ideas de este
acuerdo se pueden rescatar para el proceso actual con las FARC?
(C.V): Los
contenidos que se plantean para la convención nacional son cinco
bloques temáticos. El primero,
donde están las reformas al
Estado y el fortalecimiento de la democracia
para propiciar la inclusión
de los excluidos y permitir la
expresión de las mayorías.
El segundo, el modelo de
desarrollo económico. El tercero, recursos y soberanía; que es
un bloque muy importante y sobre todo en
este momento cuando se plantea que la economía ha de tener una
locomotora minera; es decir,
la locomotora de saqueo, del
expolio de los recursos por parte de las
multinacionales. El otro tema tiene
que ver con los territorios, la territorialidad y el tema de
la tierra que está siendo
abordado en la mesa de La Habana
pero no en su totalidad. Y un quinto tema
es, nuevamente, el de soberanía, pero que
tiene que ver con
cómo podríamos ser una nación,
un país respetable y respetado y
cómo nos
lograríamos relacionar de una
manera libre con el mundo
entero sin necesidad de que
tengamos que ser considerados como
el patio trasero.
(M.H):
Usted sostiene que este es el último proceso de negociación al cual entra
el país en tanto
las condiciones están dadas. ¿Cuáles
son esas condiciones a las cuales usted
hace referencia? ¿No es esto un exceso de optimismo?
(C.V):
Bueno, usted habla de demasiado optimismo. Los constructores de paz y
los que trabajamos estos temas de la
paz hemos de ser optimistas por naturaleza porque si nos cunde la derrota, si
nos absorbe la derrota, no haríamos absolutamente nada. La paz es de
tercos, es de persistentes, es de
consecuentes y obviamente es de optimistas. Pero el optimismo mío es un
optimismo razonado, es un optimismo con argumentos, es un optimismo
objetivizado en situaciones concretas.
Nunca antes como
ahora, el gobierno ha sido tan explícito en plantear la solución política al conflicto y dar pasos en esa dirección.
Nunca antes como ahora, la guerrilla de las FARC ha tomado una decisión política de
poner fin al conflicto. Al mismo tiempo,
nunca antes como ahora, la
sociedad colombiana está diciendo: apoyamos este proceso pero que nos
lleve al final del
conflicto, y nunca antes
como ahora la comunidad internacional ha
rodeado este proceso donde
ya no solamente es un grupo
de países sino también Naciones Unidas, la Unión Europea y el gobierno de los Estados
Unidos.
Al mismo
tiempo aquí en
América Latina nuestro
continente hoy por hoy es cuna
de revoluciones; es el único continente donde hay cuatro
revoluciones en curso: la
revolución socialista en Cuba, la
revolución Bolivariana en
Venezuela, la revolución ciudadana
en Ecuador y la revolución comunitaria
en Bolivia. Es donde se
está produciendo pensamiento para
resolver los grandes problemas
en los
contextos latinoamericanos,
mientras que en Europa el pensamiento
para resolver los grandes problemas no
encuentra salida. El pensamiento
político y filosófico europeo ha llegado
a su tope y no se recrea. Antes
las ideas que movían las revoluciones en
el mundo venían de Europa, ahora yo creo
que América Latina le va a contribuir al
mundo con tesis revolucionarias y
tesis de transformación. Entonces
son nuevos contextos, son nuevas situaciones. Y las guerrillas también han
comprendido que hay que intentar otras vías para
acceder a las transformaciones
como lo están haciendo los
pueblos en América latina.
Todas estas son
razones que en conjunto me
hacen ver que es la oportunidad; no es una
oportunidad más, es LA oportunidad para de
una vez por todas poner fin al conflicto armado de cincuenta años; que de lograrlo no será
un episodio, será EL acontecimiento.
(M.H): Algunos analistas han
venido desarrollando la tesis
según la cual, ante un eventual acuerdo de paz entre las
FARC y el Gobierno, y la no
negociación con el ELN, el afianzamiento
operativo y militar de esta agrupación y de
otros actores arma- dos será inevitable, dando lugar así a nuevas
violencias incontrolables por lo
cual el conflicto se perpetuaría. ¿Comparte usted esta tesis?
(C.V): Es
un escenario que no es descartable, pero no necesariamente debe
ocurrir así; el riesgo que hay al hablar con una sola organización y dejar a la otra en las montañas es que la paz,
en primer lugar, sea incompleta; segundo, que sea una paz
parcial; tercero, que sea una
paz única y exclusivamente localizada en algunos territorios mientras que en otros se
mantiene la guerra.
Ahora, esto le daría pie al estado para seguir manteniendo el alto nivel de gasto
militar; unas fuerzas armadas tan
impresionantes en volumen a las que han llegado; cerca de me- dio millón de efectivos
entre hombres y mujeres al servicio
de la violencia institucional y de la guerra. Colombia está gastando, diariamente, sesenta y
ocho mil millones de pesos. Si el conflicto, lográramos superarlo, no habrá razón para
mantener ese nivel tan alto
en el gasto militar. No abra razón
para seguir manteniendo unas
fuerzas armadas tan voluminosas y de
estas proporciones. Es más, esto nos posibilitaría reducir las fuerzas armadas,
profesionalizarlas.
Ahora, este planteamiento no es en contra de las
fuerzas armadas; va en favor del país.
El país tal vez necesite unas fuerzas arma- das
profesionales, tecnificadas, educadas, con una
nueva doctrina de
civilidad, de protección de
los recursos, de defensa de
las fronteras, de defensa de la soberanía y de protección y cuidado del
ciudadano.
Unas fuerzas
armadas, si las logramos reducir a la mitad
podrían llevarnos a nosotros, al Estado colombiano, a liberar al me-
nos, setenta mil millones de pesos
diarios, y podemos invertir en
educación, salud, vivienda, en las necesidades que tiene la sociedad para procurar el bienestar y la justicia social.
Es decir, es cambiar la guerra por
desarrollo, la paz es desarrollo, es justicia social, a eso es
que hay que apostarle ahora. Yo creo incluso que los militares entienden
esto. El discurso mío no es en contra del estatuto militar, ni más faltaba,
no es en contra de los
generales; al contrario, es en favor de
su profesionalización, de su tecnificación, es colocar
a los militares en
un escenario distinto de un
país en paz.
(M.H):
¿Por qué
cree usted que hay oídos sordos por parte del
gobierno para escuchar al ELN en una
mesa de negociación? ¿Hay una
suerte de “calculo”?
(C.V): Yo
creo que
es una mezcla de dos cosas;
obviamente el cálculo está en la elaboración de la estrategia. El gobierno está
desarrollando una estrategia de paz y
esa estrategia de paz nos lleva a hablar con la organización más fuerte militarmente mientras que
a otras expresiones armadas las deja aparte.
No tengo claro
si realmente el gobierno ha
tomado la decisión de incluir
en esa estrategia de
diálogo al ELN. El Presidente ha
expresado públicamente y ha llamado al
ELN a que se suba a la mesa, pero del lado
del gobierno no se ven muchas acciones en esa dirección. El ELN todos
los días y cada vez que tiene la
oportunidad está llamando, “oiga aquí estamos, si es para
la paz cuenten con nosotros,
queremos disposición”. Entonces esto
es una situación que
a mí me genera mucha preocupación y es que
puede ocurrir que en el momento que el gobierno decida que ya es la hora de
hablar con el ELN quizás para ese momento el ELN puede valorar que prefiere
esperar un momento político distinto, con
otro gobierno, quizás. Eso podría
ocurrir y sería lamentable. Yo lo
he dicho
en un artículo que publicaron en
revista semana y que se
titula: “en la demora está el peligro”. Retomo una
frase de Eloy Alfaro en la que plantea que en
las oportunidades hay que estar, en
el momento justo, en el momento adecuado. Y este
es el momento justo, el momento adecuado. Tengo
entendido que algunos expertos y algunos consejeros han aconsejado al
gobierno para que desarrollen un proceso únicamente con las
FARC; que no es conveniente abrir dos
frentes de diálogo porque podría
haber interferencias de uno sobre el otro.
Yo creo que técnicamente es conveniente tener este tipo de precauciones, pero se corre un riesgo
también bastante alto y es dejar en la
guerra y dejar en
las montañas a una organización que curiosamente ha sostenido un
diálogo con todos los
gobiernos -aun con el más
belicoso; con el que ofrecía
guerra y hacía la guerra
- y este, que habla de paz,
le vaya a voltear
la espalda, sería bastante contradictorio.
(M.H):
Centrándonos en los puntos de
negociación que se discuten
en La Habana hoy día,
¿Qué diferenciaría una agenda del ELN de una
agenda de negociación de las FARC?
¿Qué relación, en términos de
agenda, puede hacer entre estas dos agrupaciones?
(C.V): Yo
creo que en el contexto actual no es posible una agenda de
carácter maximalista y creo que no es posible la gran agenda que se
planteó en los diálogos con el gobierno de Pastrana; eso ya no es posible
porque ya hay otra realidad.
El conflicto en estos
últimos doce años ha tenido un impacto y
un efecto en las
partes que, llevadas también
por este
balance de correlación de fuerzas, produce un efecto en las
agendas. En los conflictos
internacionales y en los conflictos internos
hay un fenómeno de elasticidad; la agenda se alarga
o se recorta dependiendo de la
correlación de fuerzas. Si tú vas ganando la guerra tu agenda
será más grande, que
fue lo que pasó con Pastrana; en el gobierno de pastrana
las FARC ganaban la guerra, por eso su
agenda de trece grandes puntos y cien subpuntos daban cuenta de la correlación de fuerzas. Este
no es el caso; la correlación de
fuerzas ha llevado a que la agenda se acote.
No creo yo que
el ELN pueda pactar una agenda mayor
que la que
ha logrado las FARC con el
gobierno.
Yo creo,
puedo estar equivocado,
que una agenda posible para el ELN sería
tomar como diseño básico la
misma agenda de La Habana y sería –quizás suene un poco rudo lo que voy a decir-
hacer un “corte y pega”; cortar en el punto
uno donde dice: desarrollo rural
y el tema agrario, y el cuarto punto donde dice: cultivos de
uso ilícito y en su remplazo pegar en el primer
punto: desarrollo minero-
energético y soberanía, y en el
cuarto punto participación de la
sociedad y democracia. Los demás puntos son comunes para las dos organizaciones y el Estado en el
propósito de llegar a un final del conflicto armado.
(M.H):
¿Qué evaluación le merece el proceso de La Habana hasta lo que lleva hoy día?
C.V:
Recientemente escribí un artículo
que se titula “las cuatro patas de
la mesa” en el que planteo
que una
mesa de negociación se soporta sobre cuatro grandes pilares o cuatro
patas: la primera pata, que las partes expresen claramente que asumen el diálogo y la negociación con un
propósito muy claro y que se comprometen con ese propósito: el final del conflicto armado; esa
pata allí está y es muy sólida.
Segundo, que haya
una agenda concreta, una agenda
alcanzable y una agenda que en términos
prácticos pueda ser discutible y
susceptible de llegar a acuerdos.
Tercero, que haya una
sociedad dispuesta a apoyar este proceso de paz, que
acompañe este esfuerzo y que reclame de la mesa y que reclame de ese proceso unos resultados y que al mismo
tiempo haya una comunidad internacional que esté arropando el proceso.
Y en cuarto lugar que haya resultados a la vista; es decir, que
se demuestre que el pro- ceso de diálogo es útil, que
se está llegando a resultados y que
la gente y la comunidad internacional observen que la paz es posible,
que un acuerdo está cercano y que vale la pena seguir persistiendo en la
discusión y en el proceso de paz.
Para mi es
fundamental las expresiones
de apoyo
que se han
venido desarrollando desde
diferentes sectores de la sociedad en favor del proceso, en favor del acuerdo
que sobre tierras se ha alcanzado. Pero
también mucho más importante y mucho más disiente que
el Presidente Lula Da Silva, que la
Unasur en pleno, que el Presidente
Maduro, que el Vicepresidente Joe Biden de los
Estados Unidos vean bien
en- caminado el proceso, que
Naciones unidas, que el señor Van
Rompuy del Concejo Europeo, que el Señor
Durão Barroso, que el Expresidente Felipe
González de España, pero
al mismo tiempo
Rodríguez Zapatero expresen estos apoyos es muy disiente de la seriedad
y del tenor de este proceso y de los
resultados que se están alcanzando.
(M.H): ¿Por
qué este capítulo de
la paz que estamos
experimentado hoy día no es un proceso más entre la dinámica
de la confrontación y la negociación a
la que se ha visto
abocada la sociedad colombiana en su historia?
CV: Hay
una gran diferencia de este proceso respecto del proceso que se desarrolló hace ya trece años. Ese proceso
que se desarrolló con Pastrana, ambas partes fueron a la mesa no a hacer la
paz sino a ganar la guerra, es
curioso. Es decir, Pastrana va a una
mesa de diálogo y negociación con el discurso de la paz,
y las FARC van a la mesa de
diálogo y negociación con el discurso de la paz,
pero ambos tenían propósitos distintos.
Pastrana va en
representación del Estado derrotado, que está sufriendo unos golpes terribles por parte de las
guerrillas; y las FARC van como la organización triunfante que quiere
legitimar ante el Estado sus acumulados y sus victorias ante la comunidad internacional. Es decir,
ninguno va allí buscando poner fin al conflicto armado; van con propósitos
distintos y desarrollan estrategias diferenciadas.
Mientras que
estaban en el Caguán hablando
hasta la extenuación sin abordar ni
un solo
punto de la
agenda, el Presidente Pastrana convertía
un ejército derrotado en un poderoso ejército que le
heredó al Presidente Uribe para que pudiera obtener las victorias militares que
obtuvo.
La situación de ahora es que
con un ejército tan poderoso y con unos
recursos tan impresionantes no fue posible derrotar a las guerrillas, y hay que buscar un
camino distinto y es el de
la solución política negociada.
Obviamente las guerrillas de hoy no son
las guerrillas de hace trece
años, ni cuantitativa- mente ni
en su
poder de letalidad, ni en
su poder bélico. Pero en esto nos
podemos pasar veinte o treinta años más.
(M.H):
Usted actualmente se encuentra haciendo consultorías en materia de
paz y conflictos. Desde esta
perspectiva, ¿cómo evalúa el papel de la
academia en los aspectos relacionados con el análisis del conflicto armado y la
construcción de paz en el país?
(C.V): Yo
diría que hay más literatura en relación con los conflictos y la violencia que sobre la paz.
La investigación por la paz en el
mundo es relativamente joven; no tiene
más de sesenta años. Se empieza a hacer investigación sobre la paz y a establecer métodos y a
establecer recursos; incluso a desarrollar pedagogías sobre investigación
para la paz y cómo hacer paces pero sólo
después de la segunda guerra
mundial. Es una disciplina en el
campo de la investigación y las ciencias sociales muy nueva.
Obviamente nuestros
académicos preocupados por el conflicto
colombiano son mucho más profusos
y escriben mucho más
sobre el conflicto porque esta ha sido la tendencia universal; escribir sobre las guerras, escribir sobre los
muertos, escribir sobre la violencia;
es decir, hay mucha más
literatura sobre esto que sobre las paces. Y aquí en
Colombia escribir sobre las paces si es que
es verdaderamente nuevo. Yo creo
que aquí no tenemos más de veinte años
de literatura sobre paces y nos falta hacer mucho más.
Pero todavía
nos falta, más que
escribir, desarrollar pedagogías
para la construcción de paz,
para la generación de cultura de paz,
para el sostenimiento de la paz,
que es una tarea
que tendrá que
venir de manera inexorable en el posconflicto.
(M.H):
Concluyamos esta entrevista con una frase
que, para usted, refleje o capture
el momento en el que nos
encontramos hoy día.
(C.V): La
paz es ahora.
Tomado de: http://ipazud.udistrital.edu.co/