Nubia Rojas
¿Habrá paz con el ELN?
Presidente de Colombia, Juan Manuel Santos. Foto:
Vanguardia Liberal
Juan
Manuel Santos se trazó la ambiciosa meta de ser el presidente que pasaría a la
historia por finalizar, por la vía de la negociación política, el conflicto
armado de más de 50 años entre el Estado y las guerrillas más antiguas del
mundo, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de
Liberación Nacional (ELN). El esfuerzo, en el que fracasaron varios de sus
antecesores, le ha valido un gran apoyo de la comunidad internacional, que le
otorgó el Premio Nobel de la Paz en diciembre de 2016, pero también -y
paradójicamente- le ha granjeado una enorme impopularidad en su país, donde las
guerrillas provocan mucha animadversión. Sectores conservadores han
capitalizado políticamente ese rechazo social, promocionando una interpretación
de los acercamientos de paz como un sometimiento del Estado a la voluntad de
los grupos insurgentes.
Santos, perteneciente a una familia muy influyente
en la política colombiana, ha demostrado ser inmune a la impopularidad. Sin
embargo, pocos momentos han sido más críticos que el actual para la continuidad
de su ambicioso proyecto de pacificación del país, base de su capital político.
Al desánimo que flota en el ambiente desde el resultado del plebiscito del 2 de octubre de 2016,
se suma que la implementación del acuerdo de paz con las FARC, que fue firmado
a finales de noviembre, enfrenta graves obstáculos: el lunes 5 de junio en la
mañana los diarios registraban que el máximo comandante
guerrillero, Rodrigo Londoño alias “Timochenko”, se quejaba del “reiterado
incumplimiento por parte del Gobierno” tras algunos incidentes presentados
durante el fin de semana: la incursión de un grupo de militares en una zona de
concentración de guerrilleros en el departamento del Guaviare y el sobrevuelo
de un helicóptero en otra. También ha hecho ruido que los campamentos en los
que se concentran cerca de 6 mil guerrilleros desmovilizados con la veeduría de
un mecanismo tripartito conformado por el Gobierno, la ONU y las propias FARC
no se encuentran completamente listos, como consecuencia de problemas
logísticos. Por eso, el mecanismo anunció el 29 de mayo, a través del
Presidente, que había decidido prolongar por 20 días más la entrega total de
las armas del grupo guerrillero, prevista inicialmente para el 1 de junio, y
prorrogar por 60 días más, hasta el 1 de agosto, la vigencia de las zonas de
concentración.
Por otro lado, grupos armados como el ELN,
neoparamilitares de extrema derecha y miembros de la guerrilla marginal del
Ejército Popular de Liberación (EPL), han empezado a copar el vacío de poder en
las zonas antes ocupadas por las FARC y constituyen una grave amenaza para la
población civil: 35 líderes
sociales han
sido asesinados desde el inicio de la implementación del acuerdo de paz y,
aunque el ministro de Defensa Luis Carlos Villegas ha dicho públicamente que no hay
sistematicidad en esos asesinatos, la evidencia demuestra lo contrario. Los
muertos son defensores de los derechos de las comunidades campesinas, indígenas
y afrodescendientes, han denunciado públicamente la presencia de grupos armados,
y se han mostrado críticos con su accionar delincuencial. También ha sido
alarmante el asesinato de cinco familiares de
exguerrilleros de las FARC en los departamentos de Antioquia y Chocó y el de un
miliciano de esa guerrilla en el departamento del Cauca, a finales de abril.
Los obstáculos también han sido jurídicos: a
finales de mayo, la Corte Constitucional decidió permitir que los miembros
del parlamento propongan cambios, sin el aval del Gobierno, a los proyectos de
ley o reformas constitucionales propuestos para acelerar la implementación de
los acuerdos. La decisión fue tomada luego de una demanda presentada por el
partido político derechista Centro Democrático, fundado y dirigido por el
senador y expresidente Álvaro Uribe Vélez, opositor acérrimo al proceso de paz,
y fue calificada por Humberto de la
Calle, jefe
negociador del Gobierno y virtual candidato a las presidenciales de mayo de
2018, como un “duro golpe” al proceso.
La búsqueda de la “paz completa”
El ELN tiene una forma de organización que, si bien
es liderada por el Comando Central como máxima instancia, es descentralizada y
federativa, con cierta autonomía de cada uno de los frentes, que se encuentran
repartidos en diferentes regiones del país. Foto: El Espectador
Desde el principio, Santos dijo que la paz en
Colombia solo sería completa si el ELN mostraba también su voluntad de sentarse
con el Gobierno a negociar su fin como grupo armado. Luego de dos años y dos
meses de diálogos exploratorios (de enero de 2014 a marzo de 2016) en Ecuador,
Brasil y Venezuela, el 10 de octubre de 2016 las partes anunciaron en Caracas el inicio de la
fase pública de negociaciones, que se instaló en Quito dos semanas después, el
27 de octubre, y revelaron el contenido de la agenda de diálogo.
Las FARC y el ELN comparten a 1964 como año de
fundación, pero tienen orígenes y motivaciones distintos. Mientras las FARC son
una guerrilla de inspiración comunista, surgida de la lucha campesina por la
reforma agraria, el ELN se abanderó de las reivindicaciones del sindicalismo
petrolero, tiene una profunda inspiración cristiana (bebió ideológicamente de
la fuente de la Teología de la Liberación y tuvo entre sus figuras más
importantes a dos curas españoles, Manuel Pérez y Domingo Laín) y su base
primaria son las organizaciones sociales y el movimiento estudiantil. La lucha
armada fue concebida por ambos grupos como una vía de llegar al poder y derrotar
al Estado, utilizando métodos como secuestros, tomas de ciudades y pueblos y
acciones terroristas como demostraciones de fuerza, con graves consecuencias para la población civil. En
el caso específico del ELN, la voladura de oleoductos de petróleo ha sido un
rasgo identitario con el que ha pretendido diezmar una de las principales
fuentes económicas del país, a la vez que manifestar su desacuerdo con la
política económica nacional.
A
diferencia de las FARC, que mantienen una estructura jerárquica piramidal, el
ELN tiene una forma de organización que, si bien es liderada por el Comando
Central como máxima instancia, es descentralizada y federativa, con cierta
autonomía de cada uno de los frentes, que se encuentran repartidos en
diferentes regiones del país. Esa estructura fue adoptada por el grupo
guerrillero como alternativa al caudillismo de su primera época. Mientras un
rasgo de las FARC es su pragmatismo, muy ligado a su origen campesino, el ELN
es una guerrilla dogmática: se dice de ella que “enreda hasta un aplauso”,
según ha citado Víctor de Currea Lugo, uno de los investigadores que más la
conoce. La lentitud con la que toma decisiones está relacionada con la búsqueda
de consenso al interior de una estructura compleja, mientras, en el caso de las
FARC, se debe a la falta de prisa propia de los entornos rurales.
El ELN se
autodefine como un movimiento social armado que privilegia lo político por
encima de lo militar. Fuentes oficiales estiman que, actualmente, está
compuesto por unos dos mil hombres en armas desplegados en cerca de 100
municipios en todo el país. Según el analista Luis Eduardo Celis, amplio
conocedor de ese grupo guerrillero, el ELN se vio fuertemente debilitado entre
1994 y 2002 y llegó a perder las dos terceras partes de su tamaño en esos ocho
años. Ejerce una gran influencia en regiones como la del Sarare, en el
departamento de Arauca, fronterizo con Venezuela, en la que funciona desde hace
décadas como un aparato de poder organizado que controla el territorio, la
política, la economía y la cotidianidad.
En
municipios como Saravena, por ejemplo, el ELN ha penetrado en organizaciones
sociales y de gobierno local e influye en decisiones sobre aspectos básicos de
la vida de sus habitantes. También se ha constituido en una especie de poder,
de autoridad “judicial”, que dirime conflictos, y ejerce mucho control social.
Tiene, además, capacidad de movilizar y obtener apoyo de la población que,
aunque es probable que no siempre la apoye por convicción, tampoco manifiesta
públicamente su desacuerdo por compromiso, o por temor a represalias o a dejar
de recibir los beneficios que pueda generarle la relación con la guerrilla, que
no necesariamente actúa armada, sino de civil.
Desde el inicio de los años 90, Santos es el quinto
presidente que intenta sentarse a dialogar con el ELN. El grupo guerrillero se
mostró siempre reacio a conciliar con cualquier gobierno hasta las
conversaciones en Caracas y
Tlaxcala, en las
que aceptó participar como miembro de la provisional agrupación insurgente
conocida como la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar. Antes tuvieron
acercamientos con los gobiernos de César Gaviria Trujillo, Ernesto Samper
Pizano y Andrés Pastrana Arango. El último intento se remonta al año 2003, con
el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, con el que tampoco selló ningún acuerdo
concreto.
El primer punto de la agenda de diálogo entre el
ELN y el gobierno Santos es el de la “participación de la sociedad civil en la
construcción de la paz”. Esa guerrilla ha optado por la defensa de lo que llama
“poder popular” y, en ese sentido, ha reiterado que, sin esa participación
social, no habrá proceso
de negociación. En el
pasado, proponía una Convención Nacional, que entiende como un modelo
multilateral de negociación en el marco del cual se desarrolla un diálogo que,
a su parecer, debe involucrar a todos los sectores de la sociedad colombiana
por ser la principal afectada por el conflicto, y por medio del cual se busquen
soluciones a los problemas nacionales que constituyen causas estructurales o
factores clave en la confrontación.
A diferencia del acuerdo de paz suscrito entre el gobierno
y las FARC, la agenda de diálogo con el ELN no contempla entre sus puntos el de
la participación de ese grupo guerrillero como organización política. Mientras
las FARC se preparan para el gran congreso interno que se llevará a cabo en el
mes de agosto, en el marco del cual definirán su estrategia, identidad e
ideario político de cara a las elecciones presidenciales de 2018 como primer
experimento de participación democrática, el ELN se lo ha tomado con calma. Su
máximo líder, Nicolás Rodríguez Bautista alias “Gabino”, el único de sus
fundadores vivo, que ingresó al ELN siendo un niño de 14 años, dijo a principios de mayo que no
estaba en los cálculos de esa guerrilla concretar una negociación de paz antes
de los comicios del próximo mayo.
¿Avanzan las conversaciones de
paz con el ELN?
Carlos Velandia, exdirigente del ELN y actual
gestor de paz para los diálogos entre el gobierno y esa guerrilla, opina que la
sensación de que no hay avances en el proceso es un asunto de percepción. Foto:
Nubia Rojas
Los acercamientos de paz con el ELN no han sido tan
mediáticos ni han despertado tanto interés como el proceso de negociación con
las FARC, en parte, por la constante sensación de crisis, de que no hay avances
y de que esa guerrilla no tiene verdadera voluntad de sentarse a negociar ni de
detener la violencia. El ELN ha sido reticente a proscribir la práctica
del secuestro y no ha querido revelar el
número de retenidos que mantiene en su poder. También ha emprendido acciones
terroristas, como la voladura de un oleoducto en el departamento de
Santander, contaminando fuentes de agua para las comunidades de la zona en la
que ocurrió el ataque. A mediados de febrero estalló un petardo de mediano poder en un
céntrico barrio de Bogotá, cobrándose la vida de un policía, entre otros
hechos.
La primera ronda de conversaciones, a
principios de 2017, fue más un momento de reconocimiento entre las partes que
un diálogo sobre temas concretos. En general, no se sabe mucho sobre los
avances, tampoco de la segunda ronda iniciada a mediados de
mayo, con lo que la sensación de estancamiento se ha visto acentuada.
Carlos
Velandia ingresó en 1970 al ELN, adoptó el alias de “Felipe Torres”, y llegó a
ser uno de sus dirigentes. Estuvo preso durante diez años (1994-2004) y, desde
la cárcel, fue interlocutor de los gobiernos de Samper, Pastrana y Uribe para
explorar las posibilidades de diálogo. Ahora, ya como civil y desvinculado de
la guerrilla, fue nombrado por el presidente Santos como gestor de paz para
facilitar el acercamiento entre su gobierno y el ELN. Según Velandia, el ELN
tiene toda la voluntad de sentarse a negociar, pero el Gobierno optó por
hacerlo en medio del conflicto, igual que lo hizo con las FARC, de modo que
ambas partes continúan comportándose como siempre lo han hecho militarmente.
Sin embargo, concede que es lógico que la sociedad colombiana espere gestos de
la guerrilla que estén más acordes con su supuesta voluntad de paz.
Precisamente, sobre esa voluntad se pronunció el
jefe de la delegación del Gobierno el 5 de junio a través de una carta enviada a Semana y El
Espectador, en la que afirma “estar listo para estudiar un eventual cese al
fuego bilateral con este grupo alzado en armas, siempre y cuando dicho cese al
fuego, además de ser serio, creíble y verificable, esté acompañado de un cese
simultáneo de hostilidades contra la población civil no combatiente, para dejar
por fuera de la confrontación armada a los civiles y así concretar la voluntad
de avanzar hacia la superación de la violencia”. Al respecto, ese mismo día el
ELN publicó un artículo en cuyo título sugiere
-aunque el resto del texto no desarrolla el tema ni parece tener relación con
él- que esperaría que se declare un cese al fuego bilateral “para recibir al
Papa”, que visitará al país a principios de septiembre. Sin embargo, urgen
acciones concretas de desescalamiento, no solo para aliviar el impacto del
conflicto, sino para avanzar en la mesa.
Velandia dice que la sensación de que el diálogo no
fluye es un asunto de percepción, pues las partes, aunque a ritmos diferentes,
sí han logrado ponerse de acuerdo. Asegura que mantienen una relación
respetuosa, pero que “no puede esperarse que lo que las FARC lograron en años
de negociación lo logre el ELN en apenas unos meses”. Sin embargo, considera
que la guerrilla debe superar de una vez el discurso de que continúa en fase
exploratoria, cuando en realidad ya está negociando la agenda. No cree que, al
igual que las FARC, el ELN tenga la intención de convertirse en partido político
si el proceso sale adelante, pues no reclama el poder para sí, sino para los
movimientos sociales a los que dice representar. Tampoco cree que haya que
alarmarse por las afirmaciones de alias “Gabino”, pues el líder guerrillero es
realista cuando dice que no cree que se concrete un acuerdo de paz con Santos,
debido a que solo le queda un año en el poder. El jefe negociador del Gobierno,
Juan Camilo Restrepo, había dicho recientemente que la aspiración del Presidente es dejar el
proceso en un punto tan avanzado, que sea irreversible.
En la mañana del 6 de junio, las partes hicieron
público un comunicado conjunto
en el cual afirmaron haber acordado la creación de un equipo de pedagogía y
comunicación para la paz; la conformación de un Grupo de Países de Apoyo,
Acompañamiento y Cooperación para la Mesa de Conversaciones compuesto,
inicialmente, por Alemania, Holanda, Italia, Suecia y Suiza, y el
establecimiento de un fondo de financiación para administrar los apoyos
económicos provenientes de la comunidad internacional.
La insistencia
del ELN en la “participación más amplia de la sociedad” contribuye a la
lentitud de los avances. Joe Broderick, australiano residente en Colombia desde
hace casi 50 años, y que ha escrito varios libros sobre el ELN, es uno de los
más críticos de la pretensión de esa guerrilla de involucrar a todos los
colombianos en el diálogo y lo ve virtualmente imposible. Velandia no lo ve
así, aunque afirma que es necesario que el ELN y el Gobierno pongan límites
metodológicos y temáticos a la participación de la sociedad civil para escuchar
a tantas voces como sea posible, pero evitando que la discusión se eternice y
la negociación se haga inmanejable.
Las FARC, pese a su unidad de mando, han reconocido
tener disidencias que se han negado a
acogerse al acuerdo de paz y continúan enfrentándose militarmente con el
Ejército. Broderick afirma que, a diferencia de ese grupo, donde los disidentes
son minoría, el ELN está profundamente dividido internamente y que los
delegados para la negociación en Quito no representan a la totalidad de esa
guerrilla. Esa división la han registrado también varios medios de comunicación, que han
hablado del Frente de Guerra Oriental, comandado por Gustavo Giraldo alias
“Pablito”, que se financia a través de la extorsión, el contrabando, entre
otras actividades delictivas. “Pablito” goza de cierta independiencia de cara a
la comandancia de esa guerrilla, gracias al poder económico que ha acumulado, y
se ha mostrado reacio a negociar con el gobierno, pues arriesga su poder local.
Velandia cree que puede haber divergencias de criterio al interior del ELN, al
que califica de “organización única, nacional y democrática”, pero no cree que
haya división. Su tesis es que lo que hace la guerrilla es reproducir en la
mesa de diálogo su estructura federativa y autónoma.
Los máximos dirigentes de las dos guerrillas
se reunieron recientemente en La Habana
para intercambiar impresiones. Aunque no se conocen detalles de la reunión,
analistas como Broderick y Luis Eduardo Celis sostienen que los “elenos”
observan con cautela los avances en el proceso de paz con las FARC y que sus
resistencias frente al diálogo tienen que ver con el temor de que el Estado
colombiano incumpla con lo acordado, o que sean traicionados, asesinados o
perseguidos, como ocurrió en el pasado con la Unión Patriótica, brazo político de las FARC que
fue aniquilado, o como ha ocurrido recientemente con algunos desmovilizados.
Velandia respalda esa opinión y cree que la cautela mostrada por el ELN se
afianzó al ver que la seguridad jurídica del proceso de paz con las FARC se vio
amenazada por la reciente decisión de la Corte Constitucional, que
prácticamente da via libre a la modificación de los acuerdos por parte del
Congreso.
El peor escenario posible
Según Velandia, el recrudecimiento del conflicto
social en Venezuela podría afectar a la mesa de conversaciones entre el
Gobierno y el ELN, si esa guerrilla considera que, más que negociar la paz, le
beneficia la posibilidad de posicionarse en apoyo al régimen chavista como
forma de mostrarse como un grupo vivo de resistencia armada. Foto: crhoy.com
El ELN ha
hecho demostraciones de fuerza y de su capacidad destructiva como forma de
ejercer presión y de probar que está vivo, que no está derrotado militarmente,
que es un actor armado importante. En caso de que este quinto intento de
negociar también fracase, es previsible que continúe usando el terrorismo para
hacerse sentir y se mantenga en su voluntad de resistencia armada, aunque sepa
que no tiene opciones de tomarse el poder por esa vía.
Hay un
factor que no ha sido suficientemente considerado y que amenaza potencialmente
la permanencia del ELN en la mesa de diálogo: según Velandia, si al grupo
guerrillero no le resultan atractivas las ofertas que le haga el Gobierno en el
marco de la negociación (a la que no se siente atado) y el conflicto en
Venezuela continúa recrudeciéndose, el ELN podría verse atraído a apoyar al
régimen chavista, dada su identidad con ese proyecto político de izquierdas y a
la posición fronteriza de uno de sus frentes de guerra más importantes. El
rédito que el grupo guerrillero podría obtener de esa actitud sería el poder
consolidarse como último foco de resistencia armada revolucionaria en el
continente latinoamericano. Adicionalmente, le permitiría demostrar que no es
una guerrilla “de segunda clase”, como siente que ha sido tratada, y que no es
menos importante que las FARC.
Colombia
se debate entre el entusiasmo ante la posibilidad de ver finalizada la
confrontación armada de medio siglo con las dos agrupaciones guerrilleras más
grandes del país y más antiguas del mundo y el escepticismo, la desconfianza,
la apatía y el temor. Aún falta ver si será posible construir “la paz
completa”.
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