jueves, 28 de agosto de 2014
martes, 26 de agosto de 2014
¿EN QUÉ VAN LOS DIÁLOGOS DE PAZ CON LA INSURGENCIA? - ALONSO OJEDA AWAD
¿En qué
van los diálogos de paz con la insurgencia?
Por
Alonso Ojeda Awad
Con
la presencia de los delegados diplomáticos de Estados Unidos, Venezuela,
Brasil, Argentina, Cuba, Canadá, con la compañía de profesores de la
Universidad Javeriana, Nacional, Andes, representantes estudiantiles y otros
participantes de la sociedad civil, se realizó en el Centro Cultural Gabriel
Betancourt Mejía, de la Universidad Pedagógica, en el marco del Programa
de Paz, un importante Foro titulado ¿En que van los diálogos de Paz con la
insurgencia? Con el fin de ilustrar a la comunidad en general del avance y
dificultades en las conversaciones entre las FARC y el Gobierno Nacional,
que se vienen desarrollando en la Habana, Cuba.
Para
tal fin la Universidad invitó a expertos, conocedores de estas complejas
realidades, para que disertaran y polemizaran con la comunidad universitaria.
Fueron invitados en calidad de expositores Carlos Lozano Guillen,
Director del Semanario VOZ, una de las personas más autorizadas
para tratar este tema; Carlos Velandia Jagua, reflexivo dirigente social y
especialista en temas de Paz y el profesor Carlos Medina Gallego de la
Universidad Nacional de Colombia, quien ha estudiado el largo camino
insurreccional de las FARC y del ELN.
Carlos
Lozano comenzó su disertación reconociendo los significativos avances que han
tenido y manifestó su esperanza que pronto en la discusión haga parte el
ELN. Fue claro al advertir que “nada está acordado hasta que todo esté
acordado” y que por esta razón es importante proteger y defender los acuerdos a
los que se ha llegado y mantener los desacuerdos, en un ambiente de sana
armonía, que permita avanzar hacia el objetivo central, la construcción de una
Paz estable y duradera.
Entre
los temas del desacuerdo expresó el tema agrario. La exagerada concentración de
la tierra sigue sin ser acordada, poniendo en riesgo el concepto de soberanía
alimentaria. Manifestó que hay un constante llamado para realizar una reforma
agraria que permita justicia social, inclusión y por lo tanto reconciliación en
amplias regiones campesinas.
Del
mismo modo, pidió poner en marcha el tema de las zonas de rehabilitación
campesina establecidas por la ley desde los tiempos del Presidente Samper. No
se logra entender por qué no se pone en práctica. Los miembros observadores de
gobiernos internacionales, se sorprendieron cuando escucharon a las FARC
pidiéndole al Gobierno Nacional que cumpla la ley de creación de zonas de
rehabilitación campesina. Manifestó que en relación a los puntos de
Participación política no hay acuerdo aún en la elaboración y aprobación del
Estatuto de la Oposición que tanto requiere la democracia colombiana. No
entiende por qué hay tanta dificultad en el establecimiento de este estatuto
que es la tabla de salvación para que la oposición en general tenga las
garantías amplias y suficientes que les permitan participar, desde el Congreso
de la República, sin poner en riesgo su vida ni la de sus familiares.
En
el tema del narcotráfico y los cultivos ilícitos, el Estado debe reconocer que
estos aparecieron en el campo colombiano cuando negaron la reforma
agraria a los campesinos y estos tuvieron que irse a la selva a colonizar
nuevas tierras, aumentando la frontera agrícola para encontrar remedio a su
grave condición socio-económica. Con relación a las víctimas, éstas
tienen que ver con la verdad, la justicia y la reparación no solo de las FARC
sino con las del Estado, incluyendo las que se han generado en el gobierno del
Presidente Santos, donde también se están violando Derechos Humanos. Dijo que
el Presidente excluye el sexto punto que se refiere a la refrendación de los
acuerdos, punto en el que hay aún desacuerdos. Las FARC están planteando una
Asamblea Nacional Constituyente para resolver acuerdos y desacuerdos.
Criticó
el hecho que el Presidente haya amenazado con romper los diálogos y dijo -Lo
más importante es ponerle fin a la guerra y a la violencia- y en este
camino es necesario cesar los bombardeos que se ordenan sobre Sumapaz e
implementar el cese del fuego bilateral, la tregua debe ser bilateral- Por
último, insistió en la construcción de un Frente Amplio y robusto por la Paz
que permita una salida política a la crisis, con democracia y más justicia
social.
Carlos
Velandia, manifestó que es urgente dejar atrás la violencia y remarcó en la
importancia del momento de transición que vivimos. Lo definió como un momento
epocal, el fin de una época y comienzo de otra. Nunca antes la discusión
política se había profundizado tanto con una organización insurgente como
la que se está dando en las discusiones de La Habana, Cuba. El Estado debe
muchas explicaciones a la sociedad colombiana porque asumió como razón política
la exclusión.
El
debate ahora está centrado en la problemática de víctimas y esperamos que
surja una verdadera política pública de Estado que repare el inmenso daño que
se les ha hecho. Es necesario continuar con un análisis sereno y profundo de
las causas del conflicto. Los conflictos adquieren más relevancia cuando se
dejan lar armas y se exigen garantías para los insurgentes. El problema de la
dejación de armas plantea transformaciones sociales en zonas guerrilleras. Son
interesantes los procesos que se anuncian porque para dirimir los conflictos
hay que mantener y generar altos niveles de participación ciudadana. La
Asamblea Nacional Constituyente, que se está planteando, es un paso necesario
en la construcción de un nuevo contrato social renovado e incluyente.
Carlos
Medina resaltó el papel jugado por la Universidad Nacional de Colombia.
Manifestó, que el tiempo de la guerra pasó y es el momento de los hechos
políticos. Lo más importante en la mesa es asegurar un futuro digno para los
campesinos logrando una transformación política, económica, social y
democrática del campo que logre la sustitución de ingresos para los amplios
sectores agrarios.
Después
de oírlos cuidadosamente me atrevo a pensar que cuando se está muy dentro de
los procesos, se puede tender a ver el punto negro en la pared blanca, lo que
significa, no es que se desconozcan las dificultades, sino recordar que las
negociaciones avanzan en forma lenta. Las partes tienen que hacer concesiones
en función del logro del objetivo previsto y esperado por la sociedad
colombiana.
En
este sentido, es importante que los negociadores del Estado recojan las
inquietudes de las FARC y estos a su vez, miren el alcance de algunas
peticiones, como la de la constitución de una Asamblea Nacional
Constituyente, midiendo los peligros que la misma encierra, en el caso de una
conformación de mayoría de ultra derecha, y se pierdan los logros
alcanzados por la Constitución Política actual en materia de participación, de
responsabilidad y equidad social.
Corresponde
más bien, en este momento histórico, consolidar acuerdos sobre lo fundamental y
unificar esfuerzos para desarrollar e implementar todo el potencial que la
Constitución del 91 posee. Sin embargo, si la convocatoria a una nueva
constituyente se impone, es necesario que se haga con características
restringidas, de tal manera que se garantice que no sean tocados los artículos
que hacen progresista a la carta magna vigente.
DIRECTOR
PROGRAMA PAZ U.P.N.
EX EMBAJADOR DE COLOMBIA
Tomado de: http://www.olapolitica.com/content/%C2%BFen-qu%C3%A9-van-los-di%C3%A1logos-de-paz-con-la-insurgencia
sábado, 23 de agosto de 2014
sábado, 16 de agosto de 2014
"LO REVOLUCIONARIO HOY ES DEJAR LAS ARMAS" - CARLOS ARTURO VELANDIA
Viernes 15 de Agosto de 2014 -
1:50am
“Lo revolucionario hoy es
dejar las armas”: Carlos Velandia
Por: Jhonny Hoyos.
Velandia muestra una imagen de su
hermano Jorge.
El exjefe del ELN, pidió
perdón por sus acciones. Su hermano militar fue acusado de ayudar a la
guerrilla y está desaparecido.
Aún puede sentir como si se le fueran a salir los
ojos con los golpes de martillo que le daban en la cabeza sus captores. Aún
vive con la incertidumbre de no saber si mató a alguien y con el recuerdo de
los caídos a su lado. Aún su hermano militar sigue desaparecido y sus otros 12
hermanos, exiliados. Pero ya Carlos Velandia no es ‘Felipe Torres’.
Torres, fusil al hombro, sorteaba hace 30 años los
calurosos montes del sur de Bolívar, en una oscuridad que apenas le permitía
distinguir el rojo del negro en las banderas del ELN que otros guerrilleros
cargaban a su lado. Velandia paga su café y el que le ha brindado a su escolta
en una fría terraza del norte de Bogotá y, antes de que anochezca, camina un
par de metros hacia el auditorio de la Universidad Pedagógica, donde lo esperan
unas 50 personas para escucharlo hablar de paz.
Victimario. Para no atender la entrevista en su
casa –“por motivos de seguridad”, dice–, Velandia inicia su relato en una
oficina que le han prestado, una pequeña jungla de plantas ornamentales en la
que se gestionan temas medioambientales. “Tenía 18 años, estudiaba medicina en
la UIS”.
Habla de su reclutamiento como una “consecuencia
lógica” del ambiente que se vivía a finales de los años 60 en Santander, cuando
el movimiento estudiantil see mpezaba a vincular a las luchas sociales y
revolucionarias. “El ELN era una organización revolucionaria que junto con el
pueblo se iban a tomar el poder e iban a transformar las estructuras de la
sociedad y la economía”.
Al principio –narra el exguerrillero, con un rostro
surcado por los caminos que dejan seis décadas de guerra y paz–, estuvo en las
estructuras urbanas de Bucaramanga y luego, en los 80, se fue para el monte,
donde empezó como guerrillero raso y terminó en la dirección nacional.
“No puedo decir si las balas que yo disparé
produjeron víctimas”, dice, con la mirada dura. Tampoco se doblega cuando
recuerda “ver caer a compañeros a los lados”, ni cuando se señala las heridas
de balas que le dispararon a él en los brazos y el costado.
Preso. El 24 de julio de 1994 fue capturado al sur
de la capital del país. “Me encapuchan. Creí que me iban a desaparecer. No sé
quiénes me capturan pero me llevan a una instalación militar”. 20 años han
pasado, pero recuerda con claridad lo que sufrió. “Me interrogan; me hacen
permanecer de pie, esposado y sin dormir durante 48 horas; me encierran en un
pequeño baño, ponen un equipo de sonido a todo volumen y me dan golpes de
martillo en la cabeza. Adentro sientes que se te van a salir los ojos”.
Una jueza sin rostro con el alias de Osiris, que
luego fue encarcelada por nexos con paramilitares, condenó a Velandia a 20 años
de cárcel por rebelión y terrorismo, que pagó primero en la Modelo y después en
la cárcel de Itagüí.
Por buen comportamiento, trabajo y estudio, el
exsubversivo salió 10 años antes de lo señalado por su condena, en 2004.
“Pudimos hacer de la cárcel un sitio para explorar caminos hacia la paz, y
mantuvimos ‘Francisco Galán’ (alias de Gerardo Bermúdez, también exjefe del
ELN) y yo una vocería del ELN para diálogos de paz con Samper, Pastrana y
Uribe”.
Diálogos que fracasaron, en opinión de Velandia,
“porque no se quería hacer la paz. Es decir, se quería la desmovilización de
las insurgencias pero no que el país cambiara”.
A pesar de los ojos desconfiados que persisten de Torres, hay paz en los labios de Velandia.
A pesar de los ojos desconfiados que persisten de Torres, hay paz en los labios de Velandia.
“En la cárcel voy escuchando otras razones, leo,
estudio, y aunque en general los principios revolucionarios los conserva uno,
creo que son defendibles en democracia. Se da cuenta uno de que la guerra en
Colombia ha sido una larga noche de la cual comenzamos a despertar”.
Víctima. Catorce años se llevaban Carlos y Jorge,
el octavo y el menor de 14 hermanos, respectivamente. Y más lejos estaban en
las realidades que encarnaban: el primero, insurgente, y el segundo, suboficial
del Ejército.
Carlos Velandia, ex guerrillero
del ELN, le pidió perdón al actual ministro del Interior, Juan Fernando Cristo,
por la muerte de su padre.
A Jorge, a quien Carlos dice recordar solo como un
niño pequeño, el 9 de marzo de 1997 varios desconocidos se lo llevaron de su
casa al norte de Barranquilla junto a un vecino. “Se identificaron como de la
Fiscalía, pero era un grupo paramilitar comandado por Adán Rojas, alias ‘El
Viejo’, del Bloque Norte, y lo hicieron en un carro que pertenecía al Gaula del
Ejército de Valledupar”.
En ese momento Jorge estaba retirado de lo
castrense. Años atrás había sido procesado durante un año por aparente
espionaje. Es decir, por presuntamente intercambiar información con su hermano
guerrillero. “Fue un montaje que hicieron cuando se dieron cuenta de que era mi
hermano, pero él y yo nunca nos cruzamos, nunca tuvimos una relación”.
De hecho, añade Velandia, se trató de “una
retaliación, un contexto de victimización a los familiares de los dirigentes
guerrilleros”. Dice esto porque en 1997 “también habían secuestrado a un
hermano de ‘Alfonso Cano’ (extinto jefe de las Farc), una hermana de ‘Pablo
Catatumbo’ (Farc), unos familiares de ‘Simón Trinidad’ (Farc) y asesinado a una
hermana de ‘Gabino’ (jefe del ELN)”.
A raíz de estos hechos, toda la familia Velandia
Jagua tuvo que exiliarse del país.
Exiliado. Al salir de la cárcel, ya convencido de
que “la guerra es una vía agotada”, Velandia también se fue al extranjero y
pasó un año en Granada, España. Allí trabajó en el Instituto de la Paz y los
Conflictos de la Universidad de Granada, para luego irse siete años a
Barcelona, a la Escuela de Cultura de Paz de la Universidad Autónoma de
Barcelona.
Con un acento que pendula entre santandereano y
español, explica por qué regresó a Colombia. “Regreso porque hay una
oportunidad de paz en gestación. No me fui a Europa por siempre. Me levanté en
armas buscando un destino mejor para mi país (…) y tras el proceso de paz veo
al país, en 10 años, con mejores condiciones de vida”.
Activista. En la conferencia ‘En qué va el proceso
de paz con la insurgencia’, organizada por el Programa de Paz de la Universidad
Pedagógica, Velandia compartió panel con otros integrantes del Frente Amplio
por la Paz. Al terminar, sale a preparar su próximo artículo –lo publican en
varios medios impresos y digitales–, la próxima charla –es invitado en
distintos escenarios como activista por la paz–, o el próximo libro –tiene tres
publicados desde 2004–.
Vive de nuevo en el país, desde 2011, con su esposa
y sus dos hijos. Hoy tiene un solo escolta de la Unidad Nacional de Protección,
a pesar de que hace pocos meses volvió a recibir amenazas. Y vive de la paz.
“Así como fue revolucionario en alguna época alzarnos en armas, hoy lo
revolucionario es dejarlas”.
El dueño de esas ideas participó en un evento del
Centro de Memoria Histórica en julio pasado, sobre políticos asesinados en
Norte de Santander. Entre las víctimas se contaba Jorge Cristo, padre del
actual ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, que fue asesinado por el
ELN en 1997, cuando Felipe Torres estaba en la cárcel. Velandia pidió perdón.
“Están presentes las víctimas, y ellos muestran el
dolor, la desgarradura, y quieren saber por qué. Lo menos que podía hacer era
pedir perdón por mi responsabilidad política, y contribuir a abrir un camino.
Un camino por el que tendrán que transitar los insurgentes al momento de la
reconciliación”.
POR:
TOMÁS BETÍN DEL RÍO
miércoles, 13 de agosto de 2014
PALABRAS DE PAZ - NUBIA ROJAS
Palabras de paz
Nubia Rojas
Imagen: Banco de la República
El pasado 6 de junio se inauguró en el Museo del
Oro de Bogotá la exposición temporal Pütchipü’ü:
el oficio de la palabra entre los wayuu, que contiene fotografías,
videos, elementos autóctonos y textos explicativos sobre el sistema normativo
de esta comunidad indígena que habita la península de la Guajira, en Colombia,
y el norte de Venezuela. La exposición tiene como protagonistas a los
principales representantes de este sistema: Los conocidos como palabreros
o mediadores en disputas que, sin más recurso que la retórica y la
palabra, intentan dirimir conflictos y restablecer la paz.
Considerada como Patrimonio Inmaterial
de la Humanidad por la Unesco, esta forma autóctona de resolución de conflictos
fue documentada por los cronistas españoles en el siglo XVIII, así como por
viajeros franceses, ingleses y holandeses en el siglo XIX, lo que sugiere que se
practicaba desde antes de la llegada de los colonizadores al continente.
Los cronistas describieron a los palabreros como “embajadores” que usaban una
túnica blanca para distinguirse y para acentuar su neutralidad y que se movían
entre los ejércitos en contienda para llevarlos a la paz.
Según el antropólogo colombiano Weildler Guerra Curvelo,
curador de la exposición, “la idea de que existen comunidades humanas que resuelven
sus conflictos sociales sin la intervención de tribunales ni policías, sino a
través de argumentos persuasivos e instrumentos retóricos que buscan cambiar la
conducta humana, es digna de resaltar y demuestra que el lenguaje es
más que un medio de comunicación y tiene un papel importante en la construcción
de las relaciones humanas”.
En esta entrevista, Guerra – pariente y amigo de
palabreros (“aunque no me llamaría a mí mismo como tal”, dice), y perteneciente
al clan Uliana de los wayuu- explica ampliamente el oficio de los Pütchipü’ü.
Poseedor él mismo de una gran habilidad retórica, un tono solemne y una
evidente pasión y conocimiento del tema que se delatan en sus palabras, va
dando golpecitos de énfasis en la mesa y haciendo dibujos con el dedo mientras
habla, lo que inevitablemente recuerda el uso que los palabreros hacen de su
bastón de mando sobre la arena de las desérticas tierras de la Guajira.
N.R. Me parece llamativo que la palabra Pütchi tiene
dos acepciones: significa a la vez “disputa” y “palabra” en wayuunaiki. De hecho, el título del libro que
usted escribió, y en el que se basa la investigación de la exposición, es
justamente ese: “La disputa y la palabra”
W.G. Pütchi es un término polisémico,
una palabra que tiene varias significaciones. Su sentido literal es “palabra”,
de ahí viene la palabra Pütchipü’ü (palabrero), que quiere
decir “el que tiene el oficio de la palabra”; pero también quiere decir
proceso, litigio, o querella. También se llama Pütchi a los
encuentros entre las partes en los que participan los palabreros y a los que
cualquier persona puede ir solo como oyente.
Para los wayuu, no tener palabra se
considera una limitación, una carencia en la condición de persona. La
persona es incompleta si no tiene palabra. No es autónoma ni madura.
N.R. Tengo entendido que la preparación de alguien
que oficia como palabrero es muy especial, pero, además, tiene que ser muy
larga y corresponder a unas dotes personales para la conciliación. Me llama
mucho la atención que usted dice en su libro, por ejemplo, que un buen
palabrero debe tener buen sentido del humor…
Palabrero Nelson Bonivento.
Foto: Humberto Penareti.
Fuente: Banco de la República
Foto: Humberto Penareti.
Fuente: Banco de la República
W.G. Exactamente. Debe tener buen sentido del
humor, pero también ser flexible, recursivo, hábil, porque tiene que manejar
estratégicamente situaciones de tensión y a veces un apunte humorístico ayuda. El
palabrero es una persona digna de credibilidad y respeto, que se ha hecho con
la experiencia. Probablemente haya seguido el ejemplo de un tío, o del
padre mismo, aunque no siempre es así, no es algo heredado. Va acompañando y
observando desde niño. Desde la más tierna edad se va interesando por resolver
pequeñas disputas, luego va ascendiendo en la gravedad de estas, hasta lograr
arreglar homicidios y largas y sangrientas guerras. Así llega a ser reconocido
en toda la península y tener una inmensa reputación. El buen palabrero se basa
en la retórica, el conocimiento, la habilidad estratégica; en la capacidad de
manejar casos complejos, difíciles, que no se parecen unos con otros. No hay un
modelo. “Llevar la palabra” no es un trámite burocrático.
N.R. ¿ Hay algún tipo de protocolo o ritual al
“llevar la palabra”?
W.G. Cuando un wayuu manda la
palabra es porque ya tiene las pruebas antes de hacer una acusación. Si quien
acude al palabrero no logra reunir las pruebas o tiene dudas, se abstiene de
mandar la palabra, nunca se deja llevar por chismes, rumores o cosas similares. Los wayuu son
grandes investigadores. Son rigurosos y se basan en el seguimiento de
huellas de animales y personas y en testimonios dignos de credibilidad que van
recogiendo.
Algo muy bello de ver en el diálogo entre
palabreros es que siempre responden en orden, nunca se interrumpen porque, para
los wayuu, no solo hay que saber hablar: hay que saber escuchar.
No se puede interrumpir al otro. Por ejemplo, si un interlocutor habla durante
una hora, el otro tendrá, a su vez, una hora para hablar. El orden, la
retórica, el respeto, son básicos para los wayuu porque un principio importante
para ellos es el de reconocer la humanidad del otro.
N.R. Así que es una práctica que requiere totalmente
de la empatía…
W.G. Totalmente. Hablan, incluso,
poniéndose en el lugar del victimario, tratando de entender el motivo del
antagonismo para encontrar la paz.
N.R. Una práctica tan antigua como esta tiene que
ser fruto de muchas experiencias con diversos tipos de conflicto ¿Qué es el
conflicto para los wayuu?
W.G. Los wayuu ven el conflicto
como algo que hace parte de la vida de todos los seres vivos. La hormiga es
pequeña, muy pequeña, pero tiene quien la ataque, como el oso hormiguero. La
culebra es feroz, pero tiene al águila que la persigue. El pájaro es manso,
pero tiene quién lo ataque, y así sucesivamente: todos los seres vivos tienen
antagonistas y los humanos no somos la excepción. Así, el conflicto hace parte
de la vida.
Los wayuu no ven el conflicto como
algo patológico, sino
como eventos cíclicos: hoy estamos en paz, pero mañana podemos estar en guerra.
Según su perspectiva, el conflicto nos brinda una oportunidad maravillosa para
recomponer las relaciones sociales.
N.R. ¿Qué es la violencia para los wayuu?
W.G. Su concepto de violencia es el de falta, el
de afrenta. Para los wayuu, la afrenta moral es peor que la
física. Por ejemplo, si una mujer se suicida por los maltratos de su
marido, eso se considera homicidio porque el hombre la obligó con su conducta,
con el dolor que le causó, a provocarse la muerte. Otra forma de violencia es
meterse con los muertos, porque los muertos no se meten con nadie y porque no
hay cosa más sagrada para ellos. Por otro lado, los niños y las mujeres son
intocables. Atacarlos es visto por como un acto de cobardía.
Para ellos, la violencia genera dos tipos
de perdedores: la víctima, que pierde su integridad física y social; y el
victimario, porque se pone por fuera de la ley y de las normas de convivencia.
La paz permite que los dos sean ganadores y que recuperen el espacio social
perdido (que puedan “andar libremente y los caminos se abran para ellos”),
además de ganar prestigio y que la gente diga: “ellos cometen faltas, pero las
saben corregir”.
N.R. ¿Y qué significa la paz?
Palabrero Juan Chotchichon.
Foto: Clark M. Rodríguez
Fuente: Banco de la República
Foto: Clark M. Rodríguez
Fuente: Banco de la República
W.G. Para los wayuu la paz es una
estética, puesto que la compensación no hace tanto énfasis en el monto como en
el restablecimiento de la armonía. Es el collar de la paz, que puede tener
cuentas arqueológicas, o cuentas de oro, o de coral. El collar es el
adorno de la paz. Para compensar también hay elementos materiales como las
cabras, las vacas, los caballos o las ovejas. Para ellos, el pago no solo debe
satisfacer, sino agradar, para que la relación se restaure.
N.R. ¿Qué entienden los wayuu por
justicia? ¿Qué castigos imponen a quienes generan el daño?
W.G. Los wayuu manejan un concepto
de justicia restaurativa, no punitiva. No se trata de castigar, sino de reeducar y de
restablecer la armonía social incluyendo al infractor. A las personas no se les
considera individuos aislados, sino inmersos en un grupo de parientes
jurídicamente equivalentes. La paz no se hace con el infractor, sino con toda
la familia.
Los wayuu piensan: “¿De qué me
sirve que esté preso? Así no podrá trabajar ni pastorear los animales y no
podrá compensarme. Necesito que esté libre para que trabaje y me compense. Si
lo meten preso, lo van a premiar: va a dormir y comer gratis, estará solo
engordando de ocio ¿En qué me satisface? De qué me sirve a mí? ¿Por qué me voy
a alegrar de que esté encerrado?” Ellos ven la cárcel como un invento
incivilizado y bárbaro de los arijunas (los blancos).
N.R. Una vez el palabrero ha hecho su trabajo de
“invitar a la paz”, ¿Qué tan auténticas y duraderas son esas paces?
W.G. Son definitivas. La violencia no rebrota. Uno
pensaría que el proceso acaba en el pago, en la compensación, pero no: Falta
algo fundamental, que es la ratificación ritual del acuerdo. En wayuunaiki se
denomina e’rajirawaa y significa “vernos los rostros”,
“mirarnos a la cara”. Luego de que se ha llegado a un acuerdo no puede, ni
debe, haber el más mínimo resquemor.
Lo que hacen los wayuu es tomarse
una copa y obsequiarse licor y cabras en igual proporción porque no es un pago,
sino un regalo mutuo. Todo esto se hace en la casa de quien recibe la compensación.
La otra parte vuelve a su casa, con su gente, contenta. La relación ha
sido restaurada y así, cuando vuelvan a verse por los caminos, volverán a
saludarse porque los resquemores han sido totalmente olvidados. Esto
es algo simbólico, pero sería interesante que todos los colombianos hiciéramos
algo semejante cuando termine el conflicto armado.
N.R. La Guajira ha sido un departamento muy
golpeado por el conflicto y por prácticamente todos sus actores ¿Hay algún caso
en que un palabrero haya llevado la palabra a algún actor armado?
W.G. ¡Claro! En los años 90, la facción
beligerante del Ejército Popular de Liberación- EPL que no se
acogió a la paz y que comandaba Francisco Caraballo secuestró
a una médica wayuu. Algunos miembros de la comunidad nos reunimos y
decidimos llevarle la palabra al EPL. Hablamos con el Comisionado de Paz de la
época, Victor G. Ricardo, y
se consiguió una audiencia con Caraballo en la cárcel de Itagüí, donde estaba
preso. Fuimos una traductora, el palabrero –mi compadre Ángel Amaya Uliana,
miembro de mi clan-, el hermano de la médica, y yo.
Ya reunidos con él, y teniendo como oyentes y
testigos a los entonces guerrilleros Francisco Galán y Carlos Arturo Velandia (alias Felipe
Torres) del ELN, y al narcotraficante Henry Loaiza –conocido con el alias de
“El Alacrán”-, que también estaban presos allí, mi compadre Ángel Amaya se
dirigió a Caraballo y le dijo:
Palabrero Ángel Amaya Uliana
Foto: Clark M. Rodríguez
Fuente: Banco de la República
Foto: Clark M. Rodríguez
Fuente: Banco de la República
“Hemos venido hasta aquí porque sabemos que ustedes (refiriéndose al EPL) se
llevaron una hembra nuestra. Y nosotros partimos de la idea de que ustedes son
seres sensatos que actúan con fundamento y razón y que, si ustedes lo hicieron,
es porque hay un motivo de por medio. Dígannos si ella les robó algunos
animales; dígannos si ella les agredió un familiar, porque somos gentes
correctas, acostumbradas a pagar las faltas de sus miembros. Por supuesto,
nosotros no somos arijunas como ustedes. Tenemos solo animales, que son
nuestras riquezas. Y entre los parientes los hay ricos, los hay medianamente
ricos y los hay muy pobrecitos. Cuando ustedes nos pidan lo que hay que pagar
por la falta que ella ha cometido, nosotros nos vamos a reunir: el más rico
podrá dar una vaca, pero el más pobre podrá dar una gallina (…) Y qué
dolor conocerte en estas circunstancias (dijo dirigiéndose a
Caraballo), ahora que te veo, cuando habrías podido llegar a mi
ranchería; yo te hubiera colgado un chinchorro en mi humilde enramada, te
hubiera matado una cabra y, quizás, te hubiera gustado alguna sobrina mía”.
“Cuando
Ángel Amaya terminó de decir eso –añade Guerra- Caraballo tenía la cabeza en el
ombligo, de la vergüenza”.
Carlos
Arturo Velandia, hoy desmovilizado y libre después de pagar su condena,
corrobora esa versión y recuerda que, sin muchos preámbulos, el palabrero
explicó el motivo de su visita y dijo que era la primera vez que entraba a una
cárcel y que sentía que su alma estaba aprisionada. “¿Cómo será el alma de
ustedes aprisionada?”, les preguntó, y comentó sobre cómo sería el alma
aprisionada de los secuestrados: “Así introdujo el tema”, dice Velandia.
“Recuerdo verlo y sentirlo como una persona recia y
muy humilde al mismo tiempo, muy seguro de sí mismo y, sobre todo, sin
miedo”, añade. “Las palabras que usaba eran precisas y sin adornos, pero
hablaba de los derechos de las personas a ser y vivir en libertad; decía
que, si habían reclamos o quejas sobre los actos de una persona, se debería
siempre acudir a la palabra y no a los hechos. Aquella visita nos
impresionó a todos, pero especialmente a Caraballo, por ser el interpelado.
Creo que la visita del Palabrero sirvió para que en muy corto tiempo se
resolviera ese asunto de la médica”.
Y así fue. La médica fue liberada poco después por
los insurgentes. “El grupo guerrillero, en su lógica -continúa Guerra-, había
empezado a regatear con la familia el valor de la liberación. Cuando tú
regateas, aceptas que el secuestro es válido. Aquí lo que hicimos fue
desmontarles el argumento de que era válido privar de su libertad a una persona
a cambio de dinero, sin que haya mediado ninguna provocación. Y lo aceptaron,
aún siendo arijunas. No hubo un solo argumento en contra, solo
vergüenza”.
N.R. El sistema normativo wayuu, tal y
como usted lo cuenta, suena fascinante y podría dar muchas lecciones para este
momento que atraviesa el país ¿Ve viable su aplicación en este momento
coyuntural y a futuro, más allá de la Guajira?
W.G. Creo que Colombia tiene grandes
lecciones que aprender de sus propios pueblos orginarios. Soy muy
respetuoso de las enseñanzas y las experiencias de otros países, pero en este
país no estamos mirando lo que tenemos. Colombia tiene que mirarse a sí misma,
porque las lecciones y el rumbo que busca pueden estar en sus propias raíces.
Creo que los pueblos indígenas son un referente moral importante para que el
país no pierda el rumbo.
El sistema normativo wayuu y su
forma de impartir justicia y restaurar la paz es totalmente viable siempre y
cuando tenga una mirada estética y no se considere que una víctima debe darse
por satisfecha porque recibe un cheque impersonal por ventanilla. La
reparación no debe ser un trámite burocrático y la verdad y el
arrepentimiento sincero de los victimarios deben hacer parte importante de
ella.
La prudencia y el sigilo han sido decisivos para el
éxito de estas conversaciones de paz. Solo falta el cese definitivo y bilateral
al fuego, creo que no se puede seguir negociando en medio del conflicto.
La vida de cada colombiano que muere como consecuencia del conflicto justifica
el cese al fuego.
N.R. Los periodistas trabajamos con la palabra ¿Qué
recomendaría a los medios de comunicación y a los periodistas, especialmente, a
los que informan sobre el conflicto y sobre los diálogos de paz?
W.G. Les recomendaría ver y hablar de los demás
más como “nosotros”, no como “los otros”, acercarse y ver más lo humano. Tiene
que haber lugar para todos. Tenemos que acostumbrarnos a ver a los dirigentes
de las FARC y el ELN como líderes sindicales y campesinos; como diputados,
concejales, alcaldes o congresistas. No podemos negarlo: la paz es con ellos,
no excluyéndolos a ellos. Los medios podrían jugar un papel importante
porque sirven como mediadores y, al mediar, pueden ayudarnos a
construir una imagen del otro más cercana e inteligible.
Imagen: Banco de la República
La exposición podrá
verse en Bogotá hasta el domingo 28 de septiembre y, posteriormente, podría
viajar a La Habana (Cuba), aunque esa información está por confirmar, según
funcionarios del Museo del Oro. Ahora que el gobierno colombiano y la guerrilla
de las FARC se reúnen en esa ciudad para encontrar una salida política
negociada al conflicto armado y que el país comienza a hablar de postconflicto,
reconciliación, verdad, justicia y reparación -y luego de que el Alto
Comisionado de Paz Sergio Jaramillo dijera hace un mes que
“los indígenas podrán incidir en la construcción de la paz y aportar su cultura
de reconciliación cuando se firmen los acuerdos de paz”- la experiencia y
enseñanza de los palabreros wayuu en la resolución pacífica de
conflictos podría cobrar aún más vigencia y ser un buen ejemplo de cómo, a
través de la palabra, se puede hacer una comunicación orientada a la paz.
lunes, 11 de agosto de 2014
LOS REVOLUCIONARIOS DEBEMOS HACER REVOLUCIONES, NO GUERRAS
Lunes, 11 de Agosto de 2014
| Publicado el día Lunes, 11
Agosto 2014
Carlos
Arturo Velandia fue dirigente guerrillero, prisionero político y actualmente es
investigador y consultor en temas de paz y conflictos. En diálogo con Colombia Informa se
refirió al proceso de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
-FARC-, a los acercamientos del gobierno con el Ejército de Liberación Nacional
-ELN- y al rol que la sociedad debe reclamar en este contexto.
Colombia
Informa: ¿Cómo observa el proceso de paz con las FARC?
Carlos
Arturo Velandia: Es
un proceso muy sólido que está soportado sobre cuatro pilares muy firmes: 1-
Gran voluntad de las partes para poner fin al conflicto armado. 2- Una agenda
concreta y posible. 3- Lo quiere la sociedad colombiana y lo apoya la comunidad
internacional, esto es fundamental. Las elecciones pasadas en favor del
candidato Juan Manuel Santos no dejaron de ser un plebiscito por la paz. Eso
hay que mirarlo como un gran apoyo y como una gran voluntad de esta sociedad
colombiana. 4- Existen resultados a la vista. Se han logrado tres importantes
acuerdos en temas supremamente importantes y en la actualidad, se está a las
puertas de abordarse un tema de gran complejidad pero que es indispensable y
que generara mucha más solidez al proceso y al fin de la guerra, que es
el tema de víctimas.
Es un proceso muy sólido, pero si
no se logra iniciar un proceso con el ELN la ecuación será incompleta. Proceso
de paz con FARC más proceso de paz con el ELN, para el final del conflicto en
la totalidad del territorio nacional. Y lo otro en el posconflicto, la sociedad
debe abocarse a las reformas y a los cambios que se necesitan para hacer de la
paz, una paz duradera y que se prolongue y se extienda en todo el territorio.
C. I.:
¿En el caso del ELN, cómo ve ese proceso?
C. A. V.: Para mí es un proceso que
se está desarrollando de una forma tardía pero responde también a unas lógicas.
Para los gobiernos ha sido la prioridad iniciar procesos con quien consideran
la mayor amenaza, y la mayor amenaza no ha sido precisamente el ELN, sino que
han sido las FARC. En segundo lugar, hay una creencia equivocada, y es que
logrando acuerdos con la guerrilla mayor, a las guerrillas menores no les queda
más remedio que ser firmones de estos acuerdos. Aquí hay un gran
equivoco. Tercero, se cree también que las guerrillas consideradas menores no
deben ser tomadas en mucha consideración al momento de decidir los temas
decisivos. En la actualidad se está a las puertas de iniciar un proceso con el
ELN, cuando con las FARC ya se ha recorrido más de la mitad del camino. El
proceso con los elenos va a tomar el tiempo que sea necesario.
La idea es que los dos procesos puedan culminar en un mismo momento pero yo
creo que terminará primero el de las FARC, y el ELN aún continuará en su
proceso de conversaciones.
C.
I.:¿Cuál debe ser la apuesta de estos procesos de paz para que se resuelvan las
causas que originaron el conflicto?
C. A. V.: Aquí hay que considerar
otras situaciones. Hay una sociedad civil que ha venido reclamando sus espacios
y ha reclamado también su protagonismo, que está pidiendo espacio para poder
discutir los temas que consideran le pertenecen. En segundo lugar las
insurgencias no representan la totalidad de la sociedad, así reclamen cosas muy
importantes que serán beneficiosas para el conjunto de la sociedad. En tercer
lugar las agendas de los procesos de paz, su tamaño, su profundidad, están
determinadas también por la correlación de fuerzas en el conflicto. El contexto
actual no es el de hace veinte años. Ha habido grandes cambios, ahora se está
en una situación de correlación de fuerzas muy diferente y nada ventajosa para
las insurgencias y esto tiene una incidencia al momento de definir qué se
discute y qué no se discute.
Lo importante es que al superarse
el conflicto armado la sociedad no tendrá ningún tipo de argumentos ni excusas
para no reclamar lo que le corresponde, y para no pelear las reformas y las
transformaciones que se necesitan para que no vuelva a haber violencia, es
decir, para desterrar la violencia del ejercicio de la política.
C. I.: En
una etapa de su vida usted militó en el ELN, fue comandante, estuvo años en la
cárcel. Después de todas esas experiencias y vivencias, ¿considera que sigue
siendo válida la lucha armada?
C. A. V.: La validez de la lucha
armada no está en cuestión como método para llegar al poder, ni aquí ni en
ninguna parte del mundo. Lo que está en cuestión es si la guerra que se inició
hace 50 años tiene futuro. Yo creo que la guerra aquí en Colombia se agotó. Se
agotó como método, se agotó como forma, se agotó como camino, se agotó como
escenario, se agotó incluso como propósito mismo tanto para pretender acceder
al poder como al mismo tiempo para defender el statu quo. Esa es la
razón por la cual las dos partes que se oponen y que han estado opuestas a lo
largo de 50 años, coinciden en un momento dado en que tenemos que superarlo,
porque por esta vía no llegamos a ningún lado.
Las guerrillas hoy por hoy están
en una situación, podríamos decir, de asimetría militar insuperable que indica
que no es por la vía de la guerra como se podrá producir una derrota al Estado
para que ceda frente a la presión militar, y lograr así las reformas y las
transformaciones. Al mismo tiempo la sociedad acusa un cansancio de las violencias,
de todas, y un cansancio de la guerra.
Los revolucionarios, cuando nos
alzamos en armas, lo hicimos como revolucionarios. Es un deber de los
revolucionarios hacer la revolución, no hacer guerras. No nacimos para hacer
guerras, nacimos para hacer revoluciones. Si la guerra se convierte en un
mecanismo desgastado, incluso en un obstáculo, es obligación del revolucionario
superar esa situación que le impide buscar un camino alterno, un camino
distinto, y el camino es la solución política negociada. Ese es el camino que
se abre para los revolucionarios y también se abre para el Estado que no puede
derrotar de manera estratégica a las insurgencias.
En esto podríamos pasarnos 30,
40, 50 años más en guerra y podríamos decir: “Bueno, morimos con las botas
puestas y en nuestros principios”. Pero es que no nos hicimos revolucionarios
para morir en nuestros principios, sino para transformar el mundo. Y cuando
transformemos el mundo seguiremos buscando transformarlo más.
C. I.:
¿Cómo transformar esa mentalidad guerrerista que no solamente está en la
derecha, sino también en algunos sectores de la izquierda?
C. V.: A quien promueve la guerra,
hay que preguntarle: ¿Usted está dispuesto a participar en ella, está dispuesto
a echarse el fusil al hombro e ir a luchar en esa guerra, está dispuesto a
enviar a sus hijos, a correr el riesgo de dejar viudas, de dejar madres sin
hijos? Esos son los costos de las guerras. ¿Está dispuesto a ser preso? Y si
está dispuesto, pues va y la hace, pero también debe dejar que quienes
consideran que la guerra se ha agotado y es conveniente buscar otras
alternativas puedan hacerlo. No se puede considerar que se está haciendo una
traición a una causa cuando se busca modificar un método o superar un método
desgastado.
De modo que superar el conflicto
armado va a implicar que la sociedad se adentre en la discusión de los grandes
problemas económicos, políticos y sociales, y sin el ejercicio de la violencia
pugne por transformaciones y soluciones involucrándose en esa construcción de
paz duradera.
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