miércoles, 13 de agosto de 2014

PALABRAS DE PAZ - NUBIA ROJAS

Palabras de paz


Nubia Rojas


Imagen: Banco de la República
El pasado 6 de junio se inauguró en el Museo del Oro de Bogotá la exposición temporal Pütchipü’ü: el oficio de la palabra entre los wayuu, que contiene fotografías, videos, elementos autóctonos y textos explicativos sobre el sistema normativo de esta comunidad indígena que habita la península de la Guajira, en Colombia, y el norte de Venezuela. La exposición tiene como protagonistas a los principales representantes de este sistema: Los conocidos como palabreros o mediadores en disputas que, sin más recurso que la retórica y la palabra, intentan dirimir conflictos y restablecer la paz.

Considerada como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, esta forma autóctona de resolución de conflictos fue documentada por los cronistas españoles en el siglo XVIII, así como por viajeros franceses, ingleses y holandeses en el siglo XIX, lo que sugiere que se practicaba desde antes de la llegada de los colonizadores al continente. Los cronistas describieron a los palabreros como “embajadores” que usaban una túnica blanca para distinguirse y para acentuar su neutralidad y que se movían entre los ejércitos en contienda para llevarlos a la paz.

Según el antropólogo colombiano Weildler Guerra Curvelo, curador de la exposición, “la idea de que existen comunidades humanas que resuelven sus conflictos sociales sin la intervención de tribunales ni policías, sino a través de argumentos persuasivos e instrumentos retóricos que buscan cambiar la conducta humana, es digna de resaltar y demuestra que el lenguaje es más que un medio de comunicación y tiene un papel importante en la construcción de las relaciones humanas”.

En esta entrevista, Guerra – pariente y amigo de palabreros (“aunque no me llamaría a mí mismo como tal”, dice), y perteneciente al clan Uliana de los wayuu- explica ampliamente el oficio de los Pütchipü’ü. Poseedor él mismo de una gran habilidad retórica, un tono solemne y una evidente pasión y conocimiento del tema que se delatan en sus palabras, va dando golpecitos de énfasis en la mesa y haciendo dibujos con el dedo mientras habla, lo que inevitablemente recuerda el uso que los palabreros hacen de su bastón de mando sobre la arena de las desérticas tierras de la Guajira.

N.R. Me parece llamativo que la palabra Pütchi tiene dos acepciones: significa a la vez “disputa” y “palabra” en wayuunaiki. De hecho, el título del libro que usted escribió, y en el que se basa la investigación de la exposición, es  justamente ese: “La disputa y la palabra”

W.G. Pütchi es un término polisémico, una palabra que tiene varias significaciones. Su sentido literal es “palabra”, de ahí viene la palabra Pütchipü’ü (palabrero), que quiere decir “el que tiene el oficio de la palabra”; pero también quiere decir proceso, litigio, o querella. También se llama Pütchi a los encuentros entre las partes en los que participan los palabreros y a los que cualquier persona puede ir solo como oyente.

Para los wayuu, no tener palabra se considera una limitación, una carencia en la condición de persona. La persona es incompleta si no tiene palabra. No es autónoma ni madura.

N.R. Tengo entendido que la preparación de alguien que oficia como palabrero es muy especial, pero, además, tiene que ser muy larga y corresponder a unas dotes personales para la conciliación. Me llama mucho la atención que usted dice en su libro, por ejemplo, que un buen palabrero debe tener buen sentido del humor…

Palabrero Nelson Bonivento.
Foto: Humberto Penareti.
Fuente: Banco de la República
W.G. Exactamente. Debe tener buen sentido del humor, pero también ser flexible, recursivo, hábil, porque tiene que manejar estratégicamente situaciones de tensión y a veces un apunte humorístico ayuda. El palabrero es una persona digna de credibilidad y respeto, que se ha hecho con la experiencia. Probablemente haya seguido el ejemplo de un tío, o del padre mismo, aunque no siempre es así, no es algo heredado. Va acompañando y observando desde niño. Desde la más tierna edad se va interesando por resolver pequeñas disputas, luego va ascendiendo en la gravedad de estas, hasta lograr arreglar homicidios y largas y sangrientas guerras. Así llega a ser reconocido en toda la península y tener una inmensa reputación. El buen palabrero se basa en la retórica, el conocimiento, la habilidad estratégica; en la capacidad de manejar casos complejos, difíciles, que no se parecen unos con otros. No hay un modelo. “Llevar la palabra” no es un trámite burocrático.

N.R. ¿ Hay algún tipo de protocolo o ritual al “llevar la palabra”?

W.G. Cuando un wayuu manda la palabra es porque ya tiene las pruebas antes de hacer una acusación. Si quien acude al palabrero no logra reunir las pruebas o tiene dudas, se abstiene de mandar la palabra, nunca se deja llevar por chismes, rumores o cosas similares. Los wayuu son grandes investigadores. Son rigurosos y se basan en el seguimiento de huellas de animales y personas y en testimonios dignos de credibilidad que van recogiendo.

Algo muy bello de ver en el diálogo entre palabreros es que siempre responden en orden, nunca se interrumpen porque, para los wayuu, no solo hay que saber hablar: hay que saber escuchar. No se puede interrumpir al otro. Por ejemplo, si un interlocutor habla durante una hora, el otro tendrá, a su vez, una hora para hablar. El orden, la retórica, el respeto, son básicos para los wayuu porque un principio importante para ellos es el de reconocer la humanidad del otro.

N.R. Así que es una práctica que requiere totalmente de la empatía…

W.G. Totalmente. Hablan, incluso, poniéndose en el lugar del victimario, tratando de entender el motivo del antagonismo para encontrar la paz.

N.R. Una práctica tan antigua como esta tiene que ser fruto de muchas experiencias con diversos tipos de conflicto ¿Qué es el conflicto para los wayuu?

W.G. Los wayuu ven el conflicto como algo que hace parte de la vida de todos los seres vivos. La hormiga es pequeña, muy pequeña, pero tiene quien la ataque, como el oso hormiguero. La culebra es feroz, pero tiene al águila que la persigue. El pájaro es manso, pero tiene quién lo ataque, y así sucesivamente: todos los seres vivos tienen antagonistas y los humanos no somos la excepción. Así, el conflicto hace parte de la vida.

Los wayuu no ven el conflicto como algo patológico, sino como eventos cíclicos: hoy estamos en paz, pero mañana podemos estar en guerra. Según su perspectiva, el conflicto nos brinda una oportunidad maravillosa para recomponer las relaciones sociales.

N.R. ¿Qué es la violencia para los wayuu?

W.G. Su concepto de violencia es el de falta, el de afrenta. Para los wayuu, la afrenta moral es peor que la física. Por ejemplo, si una mujer se suicida por los maltratos de su marido, eso se considera homicidio porque el hombre la obligó con su conducta, con el dolor que le causó, a provocarse la muerte. Otra forma de violencia es meterse con los muertos, porque los muertos no se meten con nadie y porque no hay cosa más sagrada para ellos. Por otro lado, los niños y las mujeres son intocables. Atacarlos es visto por como un acto de cobardía.

Para ellos, la violencia genera dos tipos de perdedores: la víctima, que pierde su integridad física y social; y el victimario, porque se pone por fuera de la ley y de las normas de convivencia. La paz permite que los dos sean ganadores y que recuperen el espacio social perdido (que puedan “andar libremente y los caminos se abran para ellos”), además de ganar prestigio y que la gente diga: “ellos cometen faltas, pero las saben corregir”.

N.R. ¿Y qué significa la paz?

Palabrero Juan Chotchichon.
Foto: Clark M. Rodríguez
Fuente: Banco de la República
W.G. Para los wayuu la paz es una estética, puesto que la compensación no hace tanto énfasis en el monto como en el restablecimiento de la armonía. Es el collar de la paz, que puede tener cuentas arqueológicas, o cuentas de oro, o de coral. El collar es el adorno de la paz. Para compensar también hay elementos materiales como las cabras, las vacas, los caballos o las ovejas. Para ellos, el pago no solo debe satisfacer, sino agradar, para que la relación se restaure.

N.R. ¿Qué entienden los wayuu por justicia? ¿Qué castigos imponen a quienes generan el daño?

W.G. Los wayuu manejan un concepto de justicia restaurativa, no punitiva. No se trata de castigar, sino de reeducar y de restablecer la armonía social incluyendo al infractor. A las personas no se les considera individuos aislados, sino inmersos en un grupo de parientes jurídicamente equivalentes. La paz no se hace con el infractor, sino con toda la familia.
Los wayuu piensan: “¿De qué me sirve que esté preso? Así no podrá trabajar ni pastorear los animales y no podrá compensarme. Necesito que esté libre para que trabaje y me compense. Si lo meten preso, lo van a premiar: va a dormir y comer gratis, estará solo engordando de ocio ¿En qué me satisface? De qué me sirve a mí? ¿Por qué me voy a alegrar de que esté encerrado?” Ellos ven la cárcel como un invento incivilizado y bárbaro de los arijunas (los blancos).

N.R. Una vez el palabrero ha hecho su trabajo de “invitar a la paz”, ¿Qué tan auténticas y duraderas son esas paces?

W.G. Son definitivas. La violencia no rebrota. Uno pensaría que el proceso acaba en el pago, en la compensación, pero no: Falta algo fundamental, que es la ratificación ritual del acuerdo. En wayuunaiki se denomina e’rajirawaa y significa “vernos los rostros”, “mirarnos a la cara”. Luego de que se ha llegado a un acuerdo no puede, ni debe, haber el más mínimo resquemor.

Lo que hacen los wayuu es tomarse una copa y obsequiarse licor y cabras en igual proporción porque no es un pago, sino un regalo mutuo. Todo esto se hace en la casa de quien recibe la compensación. La otra parte vuelve a su casa, con su gente, contenta. La relación ha sido restaurada y así, cuando vuelvan a verse por los caminos, volverán a saludarse porque los resquemores han sido totalmente olvidados. Esto es algo simbólico, pero sería interesante que todos los colombianos hiciéramos algo semejante cuando termine el conflicto armado.

N.R. La Guajira ha sido un departamento muy golpeado por el conflicto y por prácticamente todos sus actores ¿Hay algún caso en que un palabrero haya llevado la palabra a algún actor armado?

W.G. ¡Claro! En los años 90, la facción beligerante del Ejército Popular de Liberación- EPL que no se acogió a la paz y que comandaba Francisco Caraballo secuestró a una médica wayuu. Algunos miembros de la comunidad nos reunimos y decidimos llevarle la palabra al EPL. Hablamos con el Comisionado de Paz de la época, Victor G. Ricardo, y se consiguió una audiencia con Caraballo en la cárcel de Itagüí, donde estaba preso. Fuimos una traductora, el palabrero –mi compadre Ángel Amaya Uliana, miembro de mi clan-, el hermano de la médica, y yo.

Ya reunidos con él, y teniendo como oyentes y testigos a los entonces guerrilleros Francisco Galán y Carlos Arturo Velandia (alias Felipe Torres) del ELN, y al narcotraficante Henry Loaiza –conocido con el alias de “El Alacrán”-, que también estaban presos allí, mi compadre Ángel Amaya se dirigió a Caraballo y le dijo:

Palabrero Ángel Amaya Uliana
Foto: Clark M. Rodríguez
Fuente: Banco de la República
“Hemos venido hasta aquí porque sabemos que ustedes (refiriéndose al EPL) se llevaron una hembra nuestra. Y nosotros partimos de la idea de que ustedes son seres sensatos que actúan con fundamento y razón y que, si ustedes lo hicieron, es porque hay un motivo de por medio. Dígannos si ella les robó algunos animales; dígannos si ella les agredió un familiar, porque somos gentes correctas, acostumbradas a pagar las faltas de sus miembros. Por supuesto, nosotros no somos arijunas como ustedes. Tenemos solo animales, que son nuestras riquezas. Y entre los parientes los hay ricos, los hay medianamente ricos y los hay muy pobrecitos. Cuando ustedes nos pidan lo que hay que pagar por la falta que ella ha cometido, nosotros nos vamos a reunir: el más rico podrá dar una vaca, pero el más pobre podrá dar una gallina (…) Y qué dolor conocerte en estas circunstancias (dijo dirigiéndose a Caraballo), ahora que te veo, cuando habrías podido llegar a mi ranchería; yo te hubiera colgado un chinchorro en mi humilde enramada, te hubiera matado una cabra y, quizás, te hubiera gustado alguna sobrina mía”.

“Cuando Ángel Amaya terminó de decir eso –añade Guerra- Caraballo tenía la cabeza en el ombligo, de la vergüenza”.

Carlos Arturo Velandia, hoy desmovilizado y libre después de pagar su condena, corrobora esa versión y recuerda que, sin muchos preámbulos, el palabrero explicó el motivo de su visita y dijo que era la primera vez que entraba a una cárcel y que sentía que su alma estaba aprisionada. “¿Cómo será el alma de ustedes aprisionada?”, les preguntó, y comentó sobre cómo sería el alma aprisionada de los secuestrados: “Así introdujo el tema”, dice Velandia.
“Recuerdo verlo y sentirlo como una persona recia y muy humilde al mismo tiempo, muy seguro de sí mismo y, sobre todo, sin miedo”, añade. “Las palabras que usaba eran precisas y sin adornos, pero hablaba de los derechos de las personas a ser y vivir en libertad; decía que, si habían reclamos o quejas sobre los actos de una persona, se debería siempre acudir a la palabra y no a los hechos. Aquella visita nos impresionó a todos, pero especialmente a Caraballo, por ser el interpelado. Creo que la visita del Palabrero sirvió para que en muy corto tiempo se resolviera ese asunto de la médica”.

Y así fue. La médica fue liberada poco después por los insurgentes. “El grupo guerrillero, en su lógica -continúa Guerra-, había empezado a regatear con la familia el valor de la liberación. Cuando tú regateas, aceptas que el secuestro es válido. Aquí lo que hicimos fue desmontarles el argumento de que era válido privar de su libertad a una persona a cambio de dinero, sin que haya mediado ninguna provocación. Y lo aceptaron, aún siendo arijunas. No hubo un solo argumento en contra, solo vergüenza”.

N.R. El sistema normativo wayuu, tal y como usted lo cuenta, suena fascinante y podría dar muchas lecciones para este momento que atraviesa el país ¿Ve viable su aplicación en este momento coyuntural y a futuro, más allá de la Guajira?

W.G. Creo que Colombia tiene grandes lecciones que aprender de sus propios pueblos orginarios. Soy muy respetuoso de las enseñanzas y las experiencias de otros países, pero en este país no estamos mirando lo que tenemos. Colombia tiene que mirarse a sí misma, porque las lecciones y el rumbo que busca pueden estar en sus propias raíces. Creo que los pueblos indígenas son un referente moral importante para que el país no pierda el rumbo.

El sistema normativo wayuu y su forma de impartir justicia y restaurar la paz es totalmente viable siempre y cuando tenga una mirada estética y no se considere que una víctima debe darse por satisfecha porque recibe un cheque impersonal por ventanilla. La reparación no debe ser un trámite burocrático y la verdad y el arrepentimiento sincero de los victimarios deben hacer parte importante de ella.

La prudencia y el sigilo han sido decisivos para el éxito de estas conversaciones de paz. Solo falta el cese definitivo y bilateral al fuego, creo que no se puede seguir negociando en medio del conflicto. La vida de cada colombiano que muere como consecuencia del conflicto justifica el cese al fuego.

N.R. Los periodistas trabajamos con la palabra ¿Qué recomendaría a los medios de comunicación y a los periodistas, especialmente, a los que informan sobre el conflicto y sobre los diálogos de paz?

W.G. Les recomendaría ver y hablar de los demás más como “nosotros”, no como “los otros”, acercarse y ver más lo humano. Tiene que haber lugar para todos. Tenemos que acostumbrarnos a ver a los dirigentes de las FARC y el ELN como líderes sindicales y campesinos; como diputados, concejales, alcaldes o congresistas. No podemos negarlo: la paz es con ellos, no excluyéndolos a ellos. Los medios podrían jugar un papel importante porque sirven como mediadores y, al mediar, pueden ayudarnos a construir una imagen del otro más cercana e inteligible.

Imagen: Banco de la República
La exposición podrá verse en Bogotá hasta el domingo 28 de septiembre y, posteriormente, podría viajar a La Habana (Cuba), aunque esa información está por confirmar, según funcionarios del Museo del Oro. Ahora que el gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC se reúnen en esa ciudad para encontrar una salida política negociada al conflicto armado y que el país comienza a hablar de postconflicto, reconciliación, verdad, justicia y reparación -y luego de que el Alto Comisionado de Paz Sergio Jaramillo dijera hace un mes que “los indígenas podrán incidir en la construcción de la paz y aportar su cultura de reconciliación cuando se firmen los acuerdos de paz”- la experiencia y enseñanza de los palabreros wayuu en la resolución pacífica de conflictos podría cobrar aún más vigencia y ser un buen ejemplo de cómo, a través de la palabra, se puede hacer una comunicación orientada a la paz.


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