Palabras de paz
Nubia Rojas
Imagen: Banco de la República
El pasado 6 de junio se inauguró en el Museo del
Oro de Bogotá la exposición temporal Pütchipü’ü:
el oficio de la palabra entre los wayuu, que contiene fotografías,
videos, elementos autóctonos y textos explicativos sobre el sistema normativo
de esta comunidad indígena que habita la península de la Guajira, en Colombia,
y el norte de Venezuela. La exposición tiene como protagonistas a los
principales representantes de este sistema: Los conocidos como palabreros
o mediadores en disputas que, sin más recurso que la retórica y la
palabra, intentan dirimir conflictos y restablecer la paz.
Considerada como Patrimonio Inmaterial
de la Humanidad por la Unesco, esta forma autóctona de resolución de conflictos
fue documentada por los cronistas españoles en el siglo XVIII, así como por
viajeros franceses, ingleses y holandeses en el siglo XIX, lo que sugiere que se
practicaba desde antes de la llegada de los colonizadores al continente.
Los cronistas describieron a los palabreros como “embajadores” que usaban una
túnica blanca para distinguirse y para acentuar su neutralidad y que se movían
entre los ejércitos en contienda para llevarlos a la paz.
Según el antropólogo colombiano Weildler Guerra Curvelo,
curador de la exposición, “la idea de que existen comunidades humanas que resuelven
sus conflictos sociales sin la intervención de tribunales ni policías, sino a
través de argumentos persuasivos e instrumentos retóricos que buscan cambiar la
conducta humana, es digna de resaltar y demuestra que el lenguaje es
más que un medio de comunicación y tiene un papel importante en la construcción
de las relaciones humanas”.
En esta entrevista, Guerra – pariente y amigo de
palabreros (“aunque no me llamaría a mí mismo como tal”, dice), y perteneciente
al clan Uliana de los wayuu- explica ampliamente el oficio de los Pütchipü’ü.
Poseedor él mismo de una gran habilidad retórica, un tono solemne y una
evidente pasión y conocimiento del tema que se delatan en sus palabras, va
dando golpecitos de énfasis en la mesa y haciendo dibujos con el dedo mientras
habla, lo que inevitablemente recuerda el uso que los palabreros hacen de su
bastón de mando sobre la arena de las desérticas tierras de la Guajira.
N.R. Me parece llamativo que la palabra Pütchi tiene
dos acepciones: significa a la vez “disputa” y “palabra” en wayuunaiki. De hecho, el título del libro que
usted escribió, y en el que se basa la investigación de la exposición, es
justamente ese: “La disputa y la palabra”
W.G. Pütchi es un término polisémico,
una palabra que tiene varias significaciones. Su sentido literal es “palabra”,
de ahí viene la palabra Pütchipü’ü (palabrero), que quiere
decir “el que tiene el oficio de la palabra”; pero también quiere decir
proceso, litigio, o querella. También se llama Pütchi a los
encuentros entre las partes en los que participan los palabreros y a los que
cualquier persona puede ir solo como oyente.
Para los wayuu, no tener palabra se
considera una limitación, una carencia en la condición de persona. La
persona es incompleta si no tiene palabra. No es autónoma ni madura.
N.R. Tengo entendido que la preparación de alguien
que oficia como palabrero es muy especial, pero, además, tiene que ser muy
larga y corresponder a unas dotes personales para la conciliación. Me llama
mucho la atención que usted dice en su libro, por ejemplo, que un buen
palabrero debe tener buen sentido del humor…
Palabrero Nelson Bonivento.
Foto: Humberto Penareti.
Fuente: Banco de la República
Foto: Humberto Penareti.
Fuente: Banco de la República
W.G. Exactamente. Debe tener buen sentido del
humor, pero también ser flexible, recursivo, hábil, porque tiene que manejar
estratégicamente situaciones de tensión y a veces un apunte humorístico ayuda. El
palabrero es una persona digna de credibilidad y respeto, que se ha hecho con
la experiencia. Probablemente haya seguido el ejemplo de un tío, o del
padre mismo, aunque no siempre es así, no es algo heredado. Va acompañando y
observando desde niño. Desde la más tierna edad se va interesando por resolver
pequeñas disputas, luego va ascendiendo en la gravedad de estas, hasta lograr
arreglar homicidios y largas y sangrientas guerras. Así llega a ser reconocido
en toda la península y tener una inmensa reputación. El buen palabrero se basa
en la retórica, el conocimiento, la habilidad estratégica; en la capacidad de
manejar casos complejos, difíciles, que no se parecen unos con otros. No hay un
modelo. “Llevar la palabra” no es un trámite burocrático.
N.R. ¿ Hay algún tipo de protocolo o ritual al
“llevar la palabra”?
W.G. Cuando un wayuu manda la
palabra es porque ya tiene las pruebas antes de hacer una acusación. Si quien
acude al palabrero no logra reunir las pruebas o tiene dudas, se abstiene de
mandar la palabra, nunca se deja llevar por chismes, rumores o cosas similares. Los wayuu son
grandes investigadores. Son rigurosos y se basan en el seguimiento de
huellas de animales y personas y en testimonios dignos de credibilidad que van
recogiendo.
Algo muy bello de ver en el diálogo entre
palabreros es que siempre responden en orden, nunca se interrumpen porque, para
los wayuu, no solo hay que saber hablar: hay que saber escuchar.
No se puede interrumpir al otro. Por ejemplo, si un interlocutor habla durante
una hora, el otro tendrá, a su vez, una hora para hablar. El orden, la
retórica, el respeto, son básicos para los wayuu porque un principio importante
para ellos es el de reconocer la humanidad del otro.
N.R. Así que es una práctica que requiere totalmente
de la empatía…
W.G. Totalmente. Hablan, incluso,
poniéndose en el lugar del victimario, tratando de entender el motivo del
antagonismo para encontrar la paz.
N.R. Una práctica tan antigua como esta tiene que
ser fruto de muchas experiencias con diversos tipos de conflicto ¿Qué es el
conflicto para los wayuu?
W.G. Los wayuu ven el conflicto
como algo que hace parte de la vida de todos los seres vivos. La hormiga es
pequeña, muy pequeña, pero tiene quien la ataque, como el oso hormiguero. La
culebra es feroz, pero tiene al águila que la persigue. El pájaro es manso,
pero tiene quién lo ataque, y así sucesivamente: todos los seres vivos tienen
antagonistas y los humanos no somos la excepción. Así, el conflicto hace parte
de la vida.
Los wayuu no ven el conflicto como
algo patológico, sino
como eventos cíclicos: hoy estamos en paz, pero mañana podemos estar en guerra.
Según su perspectiva, el conflicto nos brinda una oportunidad maravillosa para
recomponer las relaciones sociales.
N.R. ¿Qué es la violencia para los wayuu?
W.G. Su concepto de violencia es el de falta, el
de afrenta. Para los wayuu, la afrenta moral es peor que la
física. Por ejemplo, si una mujer se suicida por los maltratos de su
marido, eso se considera homicidio porque el hombre la obligó con su conducta,
con el dolor que le causó, a provocarse la muerte. Otra forma de violencia es
meterse con los muertos, porque los muertos no se meten con nadie y porque no
hay cosa más sagrada para ellos. Por otro lado, los niños y las mujeres son
intocables. Atacarlos es visto por como un acto de cobardía.
Para ellos, la violencia genera dos tipos
de perdedores: la víctima, que pierde su integridad física y social; y el
victimario, porque se pone por fuera de la ley y de las normas de convivencia.
La paz permite que los dos sean ganadores y que recuperen el espacio social
perdido (que puedan “andar libremente y los caminos se abran para ellos”),
además de ganar prestigio y que la gente diga: “ellos cometen faltas, pero las
saben corregir”.
N.R. ¿Y qué significa la paz?
Palabrero Juan Chotchichon.
Foto: Clark M. Rodríguez
Fuente: Banco de la República
Foto: Clark M. Rodríguez
Fuente: Banco de la República
W.G. Para los wayuu la paz es una
estética, puesto que la compensación no hace tanto énfasis en el monto como en
el restablecimiento de la armonía. Es el collar de la paz, que puede tener
cuentas arqueológicas, o cuentas de oro, o de coral. El collar es el
adorno de la paz. Para compensar también hay elementos materiales como las
cabras, las vacas, los caballos o las ovejas. Para ellos, el pago no solo debe
satisfacer, sino agradar, para que la relación se restaure.
N.R. ¿Qué entienden los wayuu por
justicia? ¿Qué castigos imponen a quienes generan el daño?
W.G. Los wayuu manejan un concepto
de justicia restaurativa, no punitiva. No se trata de castigar, sino de reeducar y de
restablecer la armonía social incluyendo al infractor. A las personas no se les
considera individuos aislados, sino inmersos en un grupo de parientes
jurídicamente equivalentes. La paz no se hace con el infractor, sino con toda
la familia.
Los wayuu piensan: “¿De qué me
sirve que esté preso? Así no podrá trabajar ni pastorear los animales y no
podrá compensarme. Necesito que esté libre para que trabaje y me compense. Si
lo meten preso, lo van a premiar: va a dormir y comer gratis, estará solo
engordando de ocio ¿En qué me satisface? De qué me sirve a mí? ¿Por qué me voy
a alegrar de que esté encerrado?” Ellos ven la cárcel como un invento
incivilizado y bárbaro de los arijunas (los blancos).
N.R. Una vez el palabrero ha hecho su trabajo de
“invitar a la paz”, ¿Qué tan auténticas y duraderas son esas paces?
W.G. Son definitivas. La violencia no rebrota. Uno
pensaría que el proceso acaba en el pago, en la compensación, pero no: Falta
algo fundamental, que es la ratificación ritual del acuerdo. En wayuunaiki se
denomina e’rajirawaa y significa “vernos los rostros”,
“mirarnos a la cara”. Luego de que se ha llegado a un acuerdo no puede, ni
debe, haber el más mínimo resquemor.
Lo que hacen los wayuu es tomarse
una copa y obsequiarse licor y cabras en igual proporción porque no es un pago,
sino un regalo mutuo. Todo esto se hace en la casa de quien recibe la compensación.
La otra parte vuelve a su casa, con su gente, contenta. La relación ha
sido restaurada y así, cuando vuelvan a verse por los caminos, volverán a
saludarse porque los resquemores han sido totalmente olvidados. Esto
es algo simbólico, pero sería interesante que todos los colombianos hiciéramos
algo semejante cuando termine el conflicto armado.
N.R. La Guajira ha sido un departamento muy
golpeado por el conflicto y por prácticamente todos sus actores ¿Hay algún caso
en que un palabrero haya llevado la palabra a algún actor armado?
W.G. ¡Claro! En los años 90, la facción
beligerante del Ejército Popular de Liberación- EPL que no se
acogió a la paz y que comandaba Francisco Caraballo secuestró
a una médica wayuu. Algunos miembros de la comunidad nos reunimos y
decidimos llevarle la palabra al EPL. Hablamos con el Comisionado de Paz de la
época, Victor G. Ricardo, y
se consiguió una audiencia con Caraballo en la cárcel de Itagüí, donde estaba
preso. Fuimos una traductora, el palabrero –mi compadre Ángel Amaya Uliana,
miembro de mi clan-, el hermano de la médica, y yo.
Ya reunidos con él, y teniendo como oyentes y
testigos a los entonces guerrilleros Francisco Galán y Carlos Arturo Velandia (alias Felipe
Torres) del ELN, y al narcotraficante Henry Loaiza –conocido con el alias de
“El Alacrán”-, que también estaban presos allí, mi compadre Ángel Amaya se
dirigió a Caraballo y le dijo:
Palabrero Ángel Amaya Uliana
Foto: Clark M. Rodríguez
Fuente: Banco de la República
Foto: Clark M. Rodríguez
Fuente: Banco de la República
“Hemos venido hasta aquí porque sabemos que ustedes (refiriéndose al EPL) se
llevaron una hembra nuestra. Y nosotros partimos de la idea de que ustedes son
seres sensatos que actúan con fundamento y razón y que, si ustedes lo hicieron,
es porque hay un motivo de por medio. Dígannos si ella les robó algunos
animales; dígannos si ella les agredió un familiar, porque somos gentes
correctas, acostumbradas a pagar las faltas de sus miembros. Por supuesto,
nosotros no somos arijunas como ustedes. Tenemos solo animales, que son
nuestras riquezas. Y entre los parientes los hay ricos, los hay medianamente
ricos y los hay muy pobrecitos. Cuando ustedes nos pidan lo que hay que pagar
por la falta que ella ha cometido, nosotros nos vamos a reunir: el más rico
podrá dar una vaca, pero el más pobre podrá dar una gallina (…) Y qué
dolor conocerte en estas circunstancias (dijo dirigiéndose a
Caraballo), ahora que te veo, cuando habrías podido llegar a mi
ranchería; yo te hubiera colgado un chinchorro en mi humilde enramada, te
hubiera matado una cabra y, quizás, te hubiera gustado alguna sobrina mía”.
“Cuando
Ángel Amaya terminó de decir eso –añade Guerra- Caraballo tenía la cabeza en el
ombligo, de la vergüenza”.
Carlos
Arturo Velandia, hoy desmovilizado y libre después de pagar su condena,
corrobora esa versión y recuerda que, sin muchos preámbulos, el palabrero
explicó el motivo de su visita y dijo que era la primera vez que entraba a una
cárcel y que sentía que su alma estaba aprisionada. “¿Cómo será el alma de
ustedes aprisionada?”, les preguntó, y comentó sobre cómo sería el alma
aprisionada de los secuestrados: “Así introdujo el tema”, dice Velandia.
“Recuerdo verlo y sentirlo como una persona recia y
muy humilde al mismo tiempo, muy seguro de sí mismo y, sobre todo, sin
miedo”, añade. “Las palabras que usaba eran precisas y sin adornos, pero
hablaba de los derechos de las personas a ser y vivir en libertad; decía
que, si habían reclamos o quejas sobre los actos de una persona, se debería
siempre acudir a la palabra y no a los hechos. Aquella visita nos
impresionó a todos, pero especialmente a Caraballo, por ser el interpelado.
Creo que la visita del Palabrero sirvió para que en muy corto tiempo se
resolviera ese asunto de la médica”.
Y así fue. La médica fue liberada poco después por
los insurgentes. “El grupo guerrillero, en su lógica -continúa Guerra-, había
empezado a regatear con la familia el valor de la liberación. Cuando tú
regateas, aceptas que el secuestro es válido. Aquí lo que hicimos fue
desmontarles el argumento de que era válido privar de su libertad a una persona
a cambio de dinero, sin que haya mediado ninguna provocación. Y lo aceptaron,
aún siendo arijunas. No hubo un solo argumento en contra, solo
vergüenza”.
N.R. El sistema normativo wayuu, tal y
como usted lo cuenta, suena fascinante y podría dar muchas lecciones para este
momento que atraviesa el país ¿Ve viable su aplicación en este momento
coyuntural y a futuro, más allá de la Guajira?
W.G. Creo que Colombia tiene grandes
lecciones que aprender de sus propios pueblos orginarios. Soy muy
respetuoso de las enseñanzas y las experiencias de otros países, pero en este
país no estamos mirando lo que tenemos. Colombia tiene que mirarse a sí misma,
porque las lecciones y el rumbo que busca pueden estar en sus propias raíces.
Creo que los pueblos indígenas son un referente moral importante para que el
país no pierda el rumbo.
El sistema normativo wayuu y su
forma de impartir justicia y restaurar la paz es totalmente viable siempre y
cuando tenga una mirada estética y no se considere que una víctima debe darse
por satisfecha porque recibe un cheque impersonal por ventanilla. La
reparación no debe ser un trámite burocrático y la verdad y el
arrepentimiento sincero de los victimarios deben hacer parte importante de
ella.
La prudencia y el sigilo han sido decisivos para el
éxito de estas conversaciones de paz. Solo falta el cese definitivo y bilateral
al fuego, creo que no se puede seguir negociando en medio del conflicto.
La vida de cada colombiano que muere como consecuencia del conflicto justifica
el cese al fuego.
N.R. Los periodistas trabajamos con la palabra ¿Qué
recomendaría a los medios de comunicación y a los periodistas, especialmente, a
los que informan sobre el conflicto y sobre los diálogos de paz?
W.G. Les recomendaría ver y hablar de los demás
más como “nosotros”, no como “los otros”, acercarse y ver más lo humano. Tiene
que haber lugar para todos. Tenemos que acostumbrarnos a ver a los dirigentes
de las FARC y el ELN como líderes sindicales y campesinos; como diputados,
concejales, alcaldes o congresistas. No podemos negarlo: la paz es con ellos,
no excluyéndolos a ellos. Los medios podrían jugar un papel importante
porque sirven como mediadores y, al mediar, pueden ayudarnos a
construir una imagen del otro más cercana e inteligible.
Imagen: Banco de la República
La exposición podrá
verse en Bogotá hasta el domingo 28 de septiembre y, posteriormente, podría
viajar a La Habana (Cuba), aunque esa información está por confirmar, según
funcionarios del Museo del Oro. Ahora que el gobierno colombiano y la guerrilla
de las FARC se reúnen en esa ciudad para encontrar una salida política
negociada al conflicto armado y que el país comienza a hablar de postconflicto,
reconciliación, verdad, justicia y reparación -y luego de que el Alto
Comisionado de Paz Sergio Jaramillo dijera hace un mes que
“los indígenas podrán incidir en la construcción de la paz y aportar su cultura
de reconciliación cuando se firmen los acuerdos de paz”- la experiencia y
enseñanza de los palabreros wayuu en la resolución pacífica de
conflictos podría cobrar aún más vigencia y ser un buen ejemplo de cómo, a
través de la palabra, se puede hacer una comunicación orientada a la paz.
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