Viernes
24 de Junio de 2016 - 10:27am
Este es el discurso completo
de Timochenko en la firma del acuerdo del fin del conflicto
Foto: EFE
Timoleón
Jiménez alias Timochenko.
POR:
REDACCIÓN
WEB
El jefe máximo de las Farc
reiteró en su discurso la intención de esa guerrilla de convertirse en un grupo
político.
EL HERALDO reproduce el discurso completo de
Timochenko, jefe máximo de las Farc, durante la refrendación del acuerdo de fin
del conflicto firmado ayer en La Habana.
Alguien sentenció alguna vez que los únicos sueños
que logran alcanzarse son aquellos que se intentan. Hoy más que nunca sentimos
que esa sentencia contiene una verdad indiscutible. En el año de 1964, en medio
del fragor de la desigual lucha armada, la asamblea de los guerrilleros de
Marquetalia produjo su programa agrario, en cuya parte introductoria dejó
sentada la siguiente declaración que ahora recordamos:
“Nosotros somos revolucionarios que luchamos por un
cambio de régimen. Pero queríamos y luchábamos por ese cambio usando la vía
menos dolorosa para nuestro pueblo: la vía pacífica, la vía democrática de
masas. Esa vía nos fue cerrada violentamente con el pretexto fascista oficial
de combatir supuestas "Repúblicas Independientes", y como somos
revolucionarios que de una u otra manera jugaremos el papel histórico que nos
corresponde, nos tocó buscar la otra vía: la vía revolucionaria armada para la
lucha por el poder”.
Hoy, 52 años después, los guerrilleros de las
FARC-EP estamos sellando con el gobierno de Juan Manuel Santos un cese al fuego
y de hostilidades bilateral y definitivo, un acuerdo sobre garantías de
seguridad y combate al paramilitarismo y otro sobre dejación de armas, que nos
dejan a las puertas de concretar en un plazo relativamente breve el Acuerdo
Final, que nos permitirá por fin retornar al ejercicio político legal mediante
las vía pacífica y democrática.
Plantearlo antes de la Operación Marquetalia resultó
absurdo para los poderes y partidos dominantes en la época, que decidieron
apelar a la fuerza y el exterminio, animados por la convicción de que mediante
las bombas y los fusiles podían acallar los clamores populares. Eran también
los tiempos de apogeo de la guerra fría y la filosofía del enemigo interno, que
convertían a la fuerza pública en ejército de ocupación de su propio país y
contra su propio pueblo.
Los muertos, la sangre, la devastación y el horror
que se le hubieran ahorrado a Colombia, si en lugar de atender las voces
fanáticas que llamaban irresponsablemente a la guerra, con apelación a los más
absurdos argumentos, se hubiera escuchado a aquellos que llamaban al diálogo, a
la solución que proponía acuerdos de presencia económica y social de Estado, al
tiempo que democratizar el escenario político en un ambiente de tolerancia y
respeto por la diferencia.
Los cuarenta y ocho campesinos marquetalianos se
convirtieron con las décadas en miles de mujeres y hombres alzados en armas que
llegaron a poner en serios aprietos al Estado colombiano, pero que
simultáneamente nunca dejaron de hablar de un acuerdo de paz por la vía de las
conversaciones civilizadas. Fueron varios y dolorosamente frustrados los
intentos por conseguirlo. Pero siguieron intentándolo una y otra vez, y hoy
vemos los frutos de su persistencia.
Porque si de algo dan fe los Presidentes de los
países acompañantes y garantes hoy aquí presentes, así como el conjunto de las
altas personalidades internacionales inmersas en el proceso de paz en curso y
que nos acompañan aquí, lo que está a punto de sellarse no es una capitulación
de la insurgencia, como querían algunos obtusos, sino el producto de un diálogo
serio entre dos fuerzas que se enfrentaron por más de medio siglo, sin que
ninguna pudiera derrotar a la otra.
Ni las FARC ni el Estado son fuerzas vencidas y por
ende lo pactado no puede interpretarse por nadie como el producto de alguna
imposición de una parte a la otra. Hemos discutido largamente, llegando incluso
a callejones que parecían sin salida, que sólo pudieron superarse gracias a la
desinteresada y eficaz intervención de los países garantes, Cuba y Noruega, y a
las oportunas y sabias fórmulas sugeridas por la creatividad de los voceros de
ambas partes o sus acuciosos asesores.
Más allá de un pobre favor, hacen un daño inmenso a
Colombia, a la vida y la esperanza de su pueblo, quienes insisten en negar la
trascendental importancia de lo acordado, que sólo por su contenido identifica
a las partes sentadas a la Mesa, sin haberlas fundido o entregado una a la
otra. Estamos seguros de que la nación colombiana, que ha sufrido la guerra y
sus consecuencias, dará la espalda a quienes la siguen convidando al holocausto
quizás con qué oscuro propósito.
Estamos muy cerca de la firma del Acuerdo Final que
pondrá fin al conflicto e iniciará la construcción de una paz estable y
duradera. Desde un principio sostuvimos que la firma de este acuerdo es la
mejor oportunidad que tendrá nuestro país para enrumbarse hacia la justicia
social y el progreso, sobre la base de que serán abiertas las compuertas de la
democracia verdadera, para que los movimientos sociales y políticos de
oposición gocen de plenas garantías.
Y para que la voz de las comunidades en los
escalones local, regional y nacional adquiera toda su importancia y pueda
jugar un papel determinante en las decisiones públicas relacionadas con su
futuro. Estamos ciertos de que esa será una realidad que se abrirá paso,
poniendo fin a la tradición de imponer desde arriba, haciendo abstracción de los
intereses populares, las políticas que gobernantes elegidos con sufragios
dudosos consideran más convenientes para ellos.
Hay acuerdos sellados sobre esa materia y están
próximos a definirse algunos puntos pendientes. Como también en cuestión de
Reforma Rural Integral y cultivos de uso ilícito. Sobre este último recién se
puso en práctica un proyecto piloto de sustitución en Briceño, Antioquia, que
necesariamente habrá que replicar en otras áreas que padecen el problema. No
será todo color de rosa, y seguramente habrá que luchar porque se cumpla
integralmente lo firmado.
Porque como lo decía en el título de una de sus
novelas el escritor colombiano Álvaro Salom Becerra, al pueblo nunca le toca.
El Acuerdo Final será la llave para dar vuelta a esa cerradura, pero requerirá
de la organización y movilización constante de la gente por su cumplimiento. Lo
ponen de presente la insistencia oficial en las ZIDRES pese a lo pactado en La
Habana, y el reciente Código de Policía que choca con el acuerdo sobre participación
política suscrito en la Mesa.
El acuerdo sobre garantías de seguridad y combate
al paramilitarismo tiene que ser una realidad en los hechos, so pena de
conducir el resultado final del proceso al fracaso histórico. Duele
profundamente y resulta ya intolerable que a estas alturas tales estructuras
sigan asesinando con plena libertad, como ocurrió entre el 11 y el 13 de este
mes en Barrancabermeja con cuatro jóvenes, que el ESMAD siga triturando
colombianos que salen a protestar con justicia y que el aparato judicial
continué ordenando privaciones abusivas de la libertad como la del compañero
Carlos Arturo Velandia.
También se ha llegado al acuerdo sobre Dejación de
Armas, que pone en evidencia la suma de invenciones con las que se pretende
engañar a la gente de nuestro país, cuando se asevera que tras los acuerdos,
las FARC pretendemos seguir armadas y haciendo política. El país podrá
conocerlo a partir de hoy. Claro que las FARC haremos política, si esa es
nuestra razón de ser, pero por medios legales y pacíficos, con los mismos
derechos y garantías de los demás partidos.
El Estado colombiano tendrá que hacer efectivo que
a ningún colombiano se lo perseguirá por razón de sus ideas o prácticas
políticas, que la perversa costumbre de incluir en los órdenes de batalla de
las fuerzas armadas los nombres de los dirigentes de movimientos sociales y
políticos de oposición, tendrá que desaparecer definitivamente del suelo
patrio. Que una vez firmado el acuerdo final desaparecerán el dispositivo
militar de guerra y su anticuada doctrina de seguridad.
Las fuerzas armadas colombianas, agigantadas en el
transcurso de la guerra, diestras en contrainsurgencia y acciones especiales,
están llamadas en adelante a jugar un importante papel en aras de la paz, la
reconciliación y el desarrollo del país. Fueron nuestras adversarias, pero en
adelante tenemos que ser fuerzas aliadas por el bien de Colombia. Su
infraestructura y recursos pueden ponerse al servicio de las comunidades y sus
necesidades, sin desmedro de sus capacidades para cumplir la función
constitucional de guarnecer las fronteras.
Por otra parte, el protagonismo de las comunidades
ha de representar también la oportunidad para comenzar a solucionar el grave
conflicto que se vive en las ciudades. Desocupación, inseguridad, falta de
servicios públicos, esclavitudes como el paga diario y la explotación sexual,
microtráfico, crímenes y bandas asociadas a la mafia y el paramilitarismo,
requieren atención inmediata. La paz rural debe significar una transformación
participativa de las urbes.
Necesitamos que en nuestro país se produzca
efectivamente una definitiva reconciliación. Basta ya de la violencia y los
delirios por ella. Ella requiere una paciente e intensa labor de difusión,
educación y concientización de lo pactado en La Habana, para que la gente de
Colombia quede clara de su valioso y positivo contenido. Y para que sepa qué
puede y debe reclamar del Estado. Para que se una y organice por conseguirlo.
Sólo así haremos una Nueva Colombia.
Las FARC-EP completamos el pasado 27 de mayo 52
años de resistencia guerrillera y hoy vemos el sueño de la paz mucho más cerca
que nunca. Pensamos trabajar por la unidad del movimiento democrático y popular
en nuestro país, sin sectarismos ni posiciones hegemónicas, en procura de la confluencia
de toda la inconformidad con el modelo actual de las cosas, a objeto de generar
profundos cambios en la vida colombiana, pensando siempre en el interés de las
mayorías.
La guerra ha costado cientos de miles de millones
de dólares a nuestro país. De hecho la exagerada partida del presupuesto
militar ha tenido como justificación permanente la existencia del conflicto
armado. Un país en paz ya no requerirá de tales argumentos y podrá destinar una
buena parte de esos recursos a menesteres más sanos y productivos. No es cierto
que no existan dineros para la paz, ni que todo tenga que ser ayuda
internacional. Basta con cambiar prioridades.
Sabemos que nada se conseguirá fácil o rápidamente.
Entendemos que los principales beneficiarios de nuestro esfuerzo serán las
generaciones futuras. Por eso extendemos nuestra mano a la juventud. Ella es la
llamada a construir el nuevo país y por tanto la más llamada a la defensa de la
paz y la reconciliación, a la promoción de un nuevo tipo de actividad política,
a la consolidación de la civilidad y la más amplia democracia.
Las FARC siempre hemos sido optimistas. Aún en los
momentos más difíciles siempre creímos que la paz era posible. Y decidimos
intentarlo cuantas veces fuera necesario. Y tuvimos la razón. El acuerdo de
cese al fuego y de hostilidades bilateral y definitivo es leído por todo el
mundo como el fin de la confrontación armada en Colombia. Así sea. Confiamos en
celebrar en un plazo prudencial otro acto solemne, la firma del Acuerdo Final.
Que éste sea el último día de la guerra.
Secretariado del Estado Mayor Central de las
FARC-EP
La Habana, 23 de junio de 2016.
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